Exagera los términos hasta tal punto que cae en el disparate y en la caricatura, pero hay que convenir que depara momentos divertidos precisamente sobre la base de llevar las cosas al límite. Es la técnica típica de una comedia con claro sabor francés que ha utilizado el director, el debutante en el largometraje Martin Bourboulon, para lograr sus objetivos que, por encima de todo, eran divertir al público.

Y hay que resaltar que en gran medida lo ha logrado, como lo demuestra el que la cinta lograse en su primera semana de proyección alcanzar en el país vecino el primer puesto en la taquilla. Es difícil empezar mejor, aunque para ello ha rebasado fronteras éticas algo dudosas. Lo que se nos muestra es una comedia familiar con toques románticos en el marco de un hogar teóricamente feliz pero en el que de forma inesperada los padres, Vincent y Florence, deciden divorciarse. Es una sorpresa porque las cosas parece que es difícil que puedan ir mejor. El padre es un ginecólogo con mucho futuro y la madre tiene un puesto de responsabilidad en el sector de la construcción, con un estatus social más que confortable. Tienen, además, tres hijos que no se privan de nada. Una situación casi modélica que se convierte en poco tiempo casi en un infierno. Aunque el cambio radical de actitud del matrimonio no está realmente justificado, ni siquiera sacándose de la manga la infidelidad del marido con una compañera de trabajo, de pronto se desata una guerra en el hogar que alcanza niveles tremendos.

El odio entra en juego y tanto Vincent como Florencesolo piensan en hacerse daño. Ambos reservan lo más efectivo de su artillería para el tema de la custodia de los hijos. Se trata de conseguir que los niños decidan con quién quieren quedarse, para lo cual los padres desarrollan una estrategia destinada a conseguir que se queden con el otro y así hacer frente a sus intereses laborales.