Es una más que correcta “opera prima” que resalta, sobre todos, las virtudes de un realizador, el alicantino Jorge Torregrossa, que sabe pulsar las teclas adecuadas para mantener los noventa minutos en tensión al espectador. Es cierto que el guión, que comienza con buenos signos, no aporta finalmente las respuestas esperadas, las que tratasen de arrojar más luz sobre unos sucesos desconcertantes y misteriosos y esas sombras se proyectan de forma negativa, pero en descargo del director hay que decir que un desenlace más concreto y preciso podría haber caído en excesos ridículos. Por eso el guión de Sergio G. Sánchez y Jorge Guerricaechevarría, a partir de la novela de David Monteagudo, sugiere siempre más que justifica.

En el reparto, eso sí, no todos están al mismo nivel y las desigualdades se hacen evidentes. Lo más curioso es que la película conecta en principio con un género, el drama que revela las verdades ocultas que salen a relucir cuando un grupo de amigos se reúnen después de muchos años sin verse, con ecos del Reencuentro de Lawrence Kasdan, para pasarse súbitamente a otro, ligado a un apocalipsis que no se aleja mucho de Melancolía, de Lars Von Trier, y más cercano al “thriller” de ciencia- ficción.

Hay un punto y aparte en este sentido y es el extraño suceso que contemplan los amigos reunidos en una cabaña aislada, un súbito y enorme resplandor, con explosión incluida, que provoca que las baterías de teléfonos y coches se descarguen y que no funcione la electricidad. Lo que hasta ese momento era algo similar al juego de la verdad se va a convertir en una terrible lucha por la supervivencia. Rodada en escenarios de Madrid, Aragón y la Comunidad Valenciana, con algunos paisajes alicantinos, la cinta va subiendo de tono en materia de suspense y de tensión a medida que se configura un clima de miedo colectivo.