El domingo empieza el Mundial. Empieza por fin el Mundial que lleva tantos años jugándose. Desde el 2 de diciembre de 2010, fecha de la ignominiosa elección de Qatar por la inagotable controversia que ha generado, resumible en dos capítulos: el desprecio de los derechos humanos y la aberración medioambiental perpetrada para adecuar el país, la capital, Doha, a las necesidades del evento.  

La histórica designación de Catar, el primer país árabe en acoger un Mundial y el de menor antigüedad que nunca de su registro en la FIFA (1972) –concesión hecha conjuntamente a la de Rusia-2018, otra que tal–, sirvió, al menos, para que pudiera destaparse la sucia red de corrupción enquistada en la FIFA y que se llevó por delante a varios de sus dirigentes. 

Luis Enrique habla con el defensa Aymeric Laporte durante el entrenamiento del viernes en Doha. JUANJO MARTIN / EFE

Incluso a su presidente, Joseph Blatter, que hace un par de semanas tuvo la vergüenza de manifestar que la elección de Catar "fue un error". No por las circunstancias del país ni la elección en sí, sino por el tamaño del Estado, el más pequeño que jamás haya organizado uno, adujo el exdirigente suizo, procesado a raíz de aquello. El estadio más distante, sede de la inauguración de este domingo (17 horas), está a 44 kilómetros de Doha.

Aviso por frío

Tan infumable fue la elección que hasta 2014 no se fijó el calendario del torneo en otoño, como si necesitaran estudios científicos para concluir que no se podía jugar a fútbol a temperaturas de entre 40 y 50 grados que se registran en el verano arábigo. Por muy potente que sea el sistema de refrigeración instalado en los estadios. Por cierto: hay una advertencia de la organización para que los fotógrafos a pie de césped vayan abrigados, porque los chorros de aire frío les afectarán de pleno.

Pero, seguramente, Catar es el anfitrión más rico y el que más ha gastado en infraestructuras, gigantescas, visualmente desmedidas. Todo es colosal en Doha, desde el edificio al metro, desde los estadios a las avenidas. Los operarios siguen repartidos en las instalaciones deportivas y por varios puntos de la ciudad.

Habitación de Leo Messi en Qatar junto a la de De Paul y Otamendi.

No parece que el Mundial sea una cita culminante, un punto final de nada, acaso uno seguido. El gris claro del cemento, con la blanquecina arenilla de las aceras, indica la juventud de algunas calles, creadas sin tiempo suficiente de haberse ensuciado. La suciedad está incrustada en otros niveles. Como si no hubiera habido suficiente fango, la inauguración se ve manchada con un presunto soborno a jugadores de Ecuador para que faciliten la victoria de Qatar.

Italia, el campeón ausente

Al menos, empezará, por fin, el fútbol, el juego, la pelota, lo más puro del acontecimiento. Siete de los ocho campeones mundiales están listos para competir, lo que enrojece aún más a una Italia que lo verá por la tele, sin alterar la rutina laboral tanto como en otros países. La selección de Roberto Mancini, vigente campeona de Europa (2021), anduvo de error en error hasta la calamidad final de resultar eliminada ante Macedonia en la repesca. Tampoco estuvo en Rusia. Si Italia es la única campeona ausente, Qatar es la única debutante presente, en virtud de su condición de anfitriona.

Imagen de la terraza de un bar de Doha. PEDRO NUNES

Logró Italia su cuarto título en 2006 y desde entonces solo ha habido campeones mundiales europeos. España, Alemania y Francia vetaron a las dos grandes potencias americanas que les compiten de tú a tú. Como cada ocasión, Brasil y Argentina se presentan con la bandera de favoritas. Seguramente, esta vez, con fundadas razones.

También España, y esa es una costumbre periódica, reafirmada desde que se ciñera la corona de 2010. Aquel equipo tenía una base de futbolistas del Barça, siete, cifra que aumentó a ocho con la incorporación de Alejandro Balde en lugar de José Luis Gayà, lesionado en el tobillo.

Eric, Alba y Busquets, al frente del grupo de la selección en el primer entrenamiento de Doha. JUANJO MARTIN

El mismo estilo de 2010

Luis Enrique, además, ha dotado a la selección de un estilo similar al azulgrana merced a su pasado como entrenador en el Camp Nou. No es la filiación deportiva lo que sustenta la candidatura de España, sino la calidad de sus jugadores y la propuesta ambiciosa del técnico, por más que no falten los adversativos que atemperan la euforia, como la falta de contundencia en las dos áreas, las zonas decisivas. 

Sergio Busquets es el único nexo de unión con el título obtenido en el invierno de Sudáfrica –verano en Europa- y con la nueva realidad de La Roja. Entonces era el escudero de Xavi e Inista. Ahora es el tutor de los descendientes de aquellos, Gavi y Pedri, genética y futbolísticamente muy distintos. Por ahí vendrán las críticas, que no faltarán seguramente para Unai Simon, el portero, ni Álvaro Morata, el delantero centro, en el supuesto de un fiasco.

La selección de Portugal, a su llegada a Doha, el viernes por la noche. MOLLY DARLINGTON

La lucha de los dieces

El puntal de aquel Barça inolvidable, anda en París ahora, pero también está en Catar. Tan mayor, un poco más, que Busquets. Con 35 años, Lionel Messi es el sustento fundamental de la candidatura de Argentina.

Al antiguo 10 del Barça, heredado por Ansu Fati, que sigue mejorando de su dura fase de lesiones para ser su digno sucesor, se le presenta la última oportunidad para darle el título mundial que le exige su país, huérfano del desaparecido mito Maradona, de cuya muerte se cumplirán dos años el próximo viernes.

Al 10 de Argentina se le opondrán otros dieces, con quienes convive a diario en París. Tan capaces, tan decisivos en el campo y tan fundamentales en sus equipos son Neymar, al frente de Brasil, ansiosa desde 2002 y que comparece con un formidable equipo, y Kylian Mbappé, que sí ha sido campeón mundial, con Francia, hace cuatro años. Suya es la corona.