La historia de la educación, desde las décadas finales del siglo pasado, ha ampliado la historiografía educativa con una nueva tendencia, un nuevo campo disciplinar: la nueva historia de la cultura escolar, que focaliza su atención en la escuela y su cultura generada a lo largo del tiempo. El historiador francés Dominique Julia define la cultura escolar como “un conjunto de normas que definen saberes a enseñar y conductas a inculcar y un conjunto de prácticas que permiten la transmisión de estos saberes y la incorporación de estos comportamientos, estando orientadas estas normas y prácticas a finalidades que pueden variar según las épocas, finalidades religiosas, sociopolíticas o simplemente de socialización”. (Juliá, 1995)

Por su parte, el profesor A. Escolano (2006) añade que esta cultura escolar ha permitido desarrollar “unas prácticas, discursos y modo de organización” recogidos en los tres ámbitos que influyen en la cultura escolar: práctico, discursivo y normativo, también denominados empírico, teórico y político.

Este nuevo enfoque de estudio de la historia de la educación dirige su mirada hacia aquellos aspectos desatendidos anteriormente por los historiadores, lo que se ha venido en llamar “los silencios de los historiadores”, en relación a la vida en la escuela. En palabras de Escolano, “ésta sería la microhistoria escolar, la intrahistoria de la educación, [...] Esta perspectiva micro, que busca la ruptura con los modelos de media y larga duración del tradicional historicismo, se acerca cada vez más a la etnología y la antropología. [...] Se sirve de fuentes orales y materiales, además de las escritas e iconográficas; otorga, en fin, historicidad a temas, grupos, géneros y lenguajes que quedaban en la penumbra de la macrohistoria”. (Escolano, 2000)

Desde esta tendencia emergente surge el interés por recuperar el patrimonio histórico educativo.

Este nuevo enfoque de estudio de la historia de la educación dirige su mirada hacia aquellos aspectos desatendidos anteriormente por los historiadores, lo que se ha venido en llamar “los silencios de los historiadores” en relación a la vida en la escuela

El patrimonio histórico educativo (P.H.E.) es una expresión relativamente reciente del concepto de patrimonio cultural. Siguiendo a Francisca Hernández, se entiende por patrimonio cultural “el conjunto de bienes culturales pertenecientes a un determinado grupo humano, que han sido trasmitidos como herencia por sus antepasados” (Hernández, 2006). Esta definición de bienes culturales hace referencia explícita a restos materiales de carácter tangible y localizados a través de la arquitectura, escultura, pintura, etc.

Nuevos enfoques de acercamiento al patrimonio nos hablan de otro tipo de patrimonio inmaterial o intangible como parte integrante del patrimonio cultural de los pueblos. La historiografía actual persigue la conservación de estas señas de identidad cultural que conforman la cultura escolar a través del estudio de la memoria escolar y educativa y ha encontrado en el patrimonio histórico educativo la manera de conservarlas. (Rabazas y Ramos, 2010).

Siguiendo este enfoque, definimos el patrimonio histórico-educativo, al igual que la profesora Eulàlia Collelldemont, como el conjunto de bienes tangibles e intangibles considerados indispensables para la construcción de la identidad histórica educativa colectiva. Sin embargo, consideramos que los bienes que ha ido atesorando la cultura escolar a lo largo de nuestra historia educativa están formados por la que definimos como cultura curricular, que engloba a la cultura material (mobiliario, útiles de enseñanza, material didáctico, juegos), la cultura escrita (manuales escolares, cuadernos, revistas, etc.), y la cultura oral (testimonios de docentes y alumnos); la cultura científica en la que se incluirían las ideas pedagógicas o conceptos (teorías educativas, propuestas de aplicaciones didácticas, pensamiento pedagógico, métodos de enseñanza, principios pedagógicos, etc.) y la cultura normativa (legislaciones, proyectos políticos, etc.) que se han valorado como significativos para la memoria pedagógica de un territorio.

Se podría decir que la memoria, la historia y el patrimonio constituyen los tres pilares principales en los que se asienta el museísmo pedagógico. Antonio Viñao, en su artículo “Memoria, patrimonio y educación” (Viñao, 2010), declara que las relaciones e interacciones que existen entre ellas da lugar a la preservación del legado histórico educativo y a la transmisión intergeneracional del saber y del conocimiento. Investigar, interpretar y recrear los modelos educativos de épocas anteriores dará lugar a una mayor conciencia de la ciudadanía en general y a compartir con la comunidad científica en particular una realidad educativa, de la que, en cierta forma, somos deudores.

En España, han sido muchas las actuaciones llevadas a cabo desde las dos últimas décadas del siglo pasado hasta hoy en el estudio y conservación del PHE. Se han celebrado congresos, jornadas, seminarios; realizado publicaciones fruto de investigaciones; creada la Sociedad Española para el estudio y conservación del Patrimonio Histórico Educativo (S.E.P.H.E.) e inaugurado museos de carácter pedagógico.

En España, han sido muchas las actuaciones llevadas a cabo desde las dos últimas décadas del siglo pasado hasta hoy en el estudio y conservación del Patrimonio Histórico Educativo

Para hablar de patrimonio es necesario hablar de museos. En este aspecto, seguimos las reflexiones de la profesora Cristina Yanes al considerar que los museos de la educación se erigen como los lugares más adecuados para preservar, albergar o reconstruir el patrimonio histórico-educativo, tangible e intangible. Desde los bienes materiales, tanto de naturaleza tangible mueble (fotos, objetos escolares, mobiliario, manuales escolares, cuadernos escolares, etc.) como tangible inmueble (edificios escolares, sitios emblemáticos, aulas, etc.). Y también el patrimonio educativo intangible, definido como “el conjunto de aspectos que conforman la cultura de la escuela tradicional y están intrínsecos en todos los procesos relacionados con la práctica educativa a lo largo de la historia”. Se trataría de recoger también en los museos las representaciones escolares, prácticas y expresiones propias de nuestra cultura escolar (canciones, oraciones, tradiciones orales, izar y arriar la bandera, celebraciones de fin de curso, etc.) (Yanes, 2007).

En las últimas décadas, comprobamos el auge que la corriente museística está cobrando cada vez con mayor fuerza en el panorama internacional. En muchos países, tanto europeos como americanos, han considerado la idea de crear museos con el firme propósito de recuperar aspectos y materiales del mundo educativo de otras épocas y, con ello, permitirles estudiar e investigar y, por tanto, reconstruir la historia educativa de los dos últimos siglos, principalmente. No resulta fácil conseguir obtener materiales tangibles e intangibles, por lo que, en muchos casos se han creado museos virtuales.

La Universidad de Salamanca no ha permanecido al margen de esta tendencia y en el año 2007 inaugura un museo escolar en la Escuela Universitaria de Magisterio de Zamora, que en 2010 se convierte en un centro propio de la Universidad con el nombre de Centro Museo Pedagógico (CeMuPe) y cuya orientación está destinada a la ciudadanía en general, desde donde se valora la importancia del patrimonio histórico-educativo, su custodia y preservación para las futuras generaciones, se recrea la memoria histórica que nos permita interpretar el pasado y se convierte en un espacio de encuentro intergeneracional.

La Universidad de Salamanca no ha permanecido al margen de esta tendencia y en el año 2007 inaugura un museo escolar en la Escuela Universitaria de Magisterio de Zamora

El primer presidente de la SEPHE, Julio Ruiz Berrio, nos decía en el discurso de inauguración de las Primeras jornadas sobre patrimonio histórico educativo organizadas por el CeMuPe (Ruiz Berrio, 2012) que en España se podían distinguir dos etapas diferenciadas en cuanto a los museos de educación. La primera etapa se desarrolló entre 1892 y 1936 con la creación del Museo Pedagógico Nacional en 1882, impulsado por la Institución Libre de Enseñanza (ILE) y dirigido por el eminente pedagogo Manuel Bartolomé Cossío hasta 1936. La segunda etapa de la museología de la educación comienza a finales del siglo pasado, época en la que se inauguran varios museos, llegando hasta fechas recientes con la creación del SEPHE.

Desde entonces hasta hoy, se ha avanzado en la preocupación por estudiar y difundir el patrimonio histórico educativo. A tal fin, la SEPHE se plantea como objetivo general poner en valor la cultura material e inmaterial de la escuela, responsabilizando a los profesores en la recuperación de objetos escolares del pasado, custodiándolos y manteniéndolos para poder investigarlos científicamente y obtener una nueva fórmula que les permita conocer mejor y comprender los procesos educativos.