Mi nombre es Elsa Marina Fernández, tengo 23 años y soy estudiante del ciclo formativo superior de Gráfica Publicitaria, que se imparte en la Escuela de Arte y Superior de Diseño de Zamora.

Hace algo más de un año, tras acudir a una de las charlas informativas que organiza la escuela todos los cursos para los estudiantes, decidí probar suerte y enviar la solicitud para poder cursar mi último año en alguna escuela del extranjero.

Tan solo unas semanas después recibí la noticia de que me habían concedido la beca Erasmus + para poder estudiar fuera, así que lo primero era decidir el destino al que iría. Al principio contaba con la ciudad de Gdansk, en Polonia, como mi última opción ya que dos años antes había realizado otra movilidad Erasmus, esa vez de prácticas en una empresa, precisamente en ese mismo país, aunque en una ciudad diferente. Así que probé suerte en solicitar la beca para otros países europeos, como Bulgaria o Italia. Finalmente, el azar o el destino me volvieron a traer a Polska.

Tras realizar el eterno papeleo —y con muchos nervios encima—, a finales de septiembre aterricé en Gdansk. Recuerdo que la primera impresión fue muy positiva, a pesar de la situación: el sol brillaba por su ausencia, el idioma era imposible y además el carácter de la gente es bastante diferente a lo que estoy acostumbrada. Pero la ciudad tiene multitud de opciones de ocio, alternativas culturales y, por supuesto, mucha cerveza buena y barata.

La estudiante, durante su visita a una exposición en Gdansk. | E. M. F.

Las primeras semanas en la Akademia Sztuk Piknych w Gdańsku —el nombre de la universidad donde realicé mis estudios— organizó unas jornadas de bienvenida, que constaban de distintos eventos, fiestas y juegos por la ciudad con la finalidad de que nos conociéramos entre nosotros, y para que también nos familiarizaremos con la ciudad.

En total, sumábamos un grupo de treinta estudiantes Erasmus. De ellos, diez veníamos de España, lo cual hacía que te sintieras un poco más como en casa. Así que no fue difícil consolidar un grupo de amigos, que acabaría convirtiéndose en una pequeña familia lejos de casa.

“Las clases se centran más en el proceso creativo que en el resultado”

La “akademia” donde realicé el curso estaba situada en pleno centro de la ciudad, en un edificio histórico. La verdad es que impresiona bastante, tanto por fuera como por dentro, por sus grandes instalaciones.

En cuanto las clases y la enseñanza, siendo sincera, el cambio es bastante grande, y más al ser una estudiante de un ciclo de grado superior y dar el paso a estudiar un año como universitaria.

Por la general, la metodología es diferente, se centran mucho más en el proceso creativo que casi en el resultado y tienen un estilo muy marcado y bastante diferente a lo que estamos acostumbrados en España, con respecto al diseño gráfico. Contábamos con bastantes cursos adicionales para Erasmus, donde las clases se impartían completamente en inglés, aunque estos se debían combinar con las clases habituales en las que los profesores contaban con un asistente que te ayudaba y te traducía lo más importante. Aunque obviamente, como en todos los sitios, también había profesores que no se involucran absolutamente nada y para ellos eras invisible, afortunadamente, eran las excepciones.

“Esta experiencia es una oportunidad para madurar y crecer como persona”

Y dejando a un lado los temas académicos, la sociedad polaca es bastante diferente a lo que estamos acostumbrados los españoles: los horarios son totalmente diferentes y el carácter de la gente es mucho mas frío y distante. La moneda es el złoty, la comida tiene sabores a los que no estamos habituados —no digo que sea mejor o peor, eso ya depende de cada uno—, la arquitectura colorida y fundamentalmente gótica, el clima donde se pueden pasar semanas y casi meses sin ver un rayo de sol, entre otras muchas cosas que hacen de esta experiencia una oportunidad para madurar y crecer como persona.