Los profesores, héroes invisibles

Los profesores, héroes invisibles

Los profesores, héroes invisibles

Los docentes están dando un ejemplo que merece ser reseñado, conocido y puesto en valor. Ahora, y los días venideros, les toca ser más valientes. Callados, sin pedir aplausos, casi invisibles, están ya afrontado una realidad incuestionable, imprevisible, y asumiendo que la vida tiene que seguir adelante, aun sabiendo que el virus camina entre nosotros y que se van a encontrar en el aula con unos chicos con los que tienen que compartir cuatro o cinco horas diarias, siempre con la duda de si volverán a su domicilio incólumes.

Mientras tanto, muchos viven protegidos y hacen bien, detrás de sus mamparas, distancias y citas previas, con largas listas de espera. El profesorado se arma de valor y se ha preparado para afrontar todo un reto, el más difícil de los que tenemos grabados en nuestra memoria reciente. Son pocos los que se han enfrentado a una situación de este calibre —quizás nuestros abuelos—. Un país se levanta así: arrimando el hombro a pesar de las dificultades y peligros a los que se expone cada uno.

No corren buenos tiempos para los profesores. Su voz no ha sido la mejor ni la más escuchada, más bien al contrario. Y sobre los cansados hombros de los equipos directivos ha caído una losa tremenda: organizar la logística de todo el inicio del curso, adaptar protocolos cambiantes, establecer planes de contingencia y prepararse para una eventual atención académica semipresencial o totalmente on line, disponer o inventarse espacios para poder desdoblar aulas con una ratio superior a 25 alumnos. A esto se le añade la cuestión sanitaria a la que se tienen que enfrentar, sin ser especialistas en la materia.

Esa ratio mencionada —que, por cierto, es la ratio para una situación de normalidad—, se mantiene para una situación de anormalidad, de incertidumbre, de improvisación. Se habló en principio de una ratio de quince alumnos por aula y en el primer borrador del protocolo de inicio de curso se cambia a ratio a 23-25 en Infantil y Primaria. Con ese número es casi imposible organizar aulas con distancias de metro y medio, como se establece, y controlar a los niños que son imprevisibles y que lo tocan todo, como niños que son.

Echaremos en falta la figura que hemos sintetizado como “enfermera escolar”, defendida por sindicatos de profesores como ANPE, y que en estos momentos sería una figura fundamental en los centros, pues es conocedora, elemento de previsión y educación frente al tema al que nos enfrentamos. ¿Cómo saber de un vistazo, no siendo sanitario, si un niño tiene un catarro o está posiblemente contagiado y si hay que aislarlo o no?

Los profesores merecerían, al menos, unas palabras de aliento, de tranquilidad, como ocurre con otros sectores, pero no se les tiene en cuenta, son casi invisibles. Se elaboran instrucciones, protocolos, disposiciones sin tener en cuenta la palabra de los que pisan el aula, es decir, los que conocen el medio en el que se va desarrollar el proceso educativo en situación de pandemia.

Desde la llegada a lo que se llamó “la nueva normalidad” se empezó a hablar mucho y en todos los medios de bares, discotecas, fútbol u ocio nocturno y se dejó a un lado la previsión y la urgencia de establecer normas y medidas para un curso que se avecinaba con grandes sombras de incertidumbre y que estaba a solo pocos meses de distancia.

Elaborar medidas y establecer protocolos debería haber sido una prioridad nacional por encima de las necesidades de los sectores turísticos, pero sabemos que la educación no genera dinero y no les ha entrado en la mollera a los que nos dirigen que la educación nunca debe ser considerada un gasto, sino una inversión.

Ya que este va ser unos de los peores cursos académicos que nos tocará conocer, expuesto a suspensiones intermitentes e incómodas, las autoridades académicas deberían haberse dejado la piel para intentar ofrecer a los chicos el curso que se merecen.

Y porque los profesores también son héroes, son nuestros héroes invisibles.