A través de teléfonos móviles, tabletas, ordenadores o televisores cada persona puede encontrar una experiencia de ocio. Se ha impuesto tanto su uso que es habitual ver a los más pequeños mientras van en la sillita por la calle o en la sala de espera de la consulta de pediatría con la cara pegada al móvil de sus progenitores, incluso sorprende y puede parecer simpático el hecho de que tengan mucha destreza en el uso de dispositivos electrónicos desde edades muy tempranas, sin embargo, esto está contraindicado. Aunque los padres afrontan verdaderas batallas con sus hijos, bien sea con la "play" en los más pequeños o el móvil en los adolescentes, con frecuencia saben poco de las recomendaciones sanitarias en el uso de pantallas y los perjuicios que conlleva un uso inadecuado de estas. Con criterios de salud las asociaciones de pediatría recomiendan que no se usen pantallas para los niños menores de 2 años, en el tramo de 2 a 5 años un máximo de una hora diaria procurando que la tecnología tenga como objetivo el aprendizaje, hasta los 15 años una hora y media al día con la recomendación de que haya siempre un adulto presente y la necesaria supervisión del uso de redes sociales. En los mayores de 16 años el tiempo se amplía hasta un máximo de 2 horas diarias. Como casi todos sabemos el tiempo de uso habitualmente está muy por encima de estos criterios.

Aunque los medios de comunicación difunden los estudios que prueban los riesgos derivados de este tipo de ocio a través de las pantallas como el sedentarismo y los consecuentes problemas de obesidad, es menos conocida la repercusión en el desarrollo cognitivo, social y emocional de los niños. En cuanto al juego, los padres aceptan esta práctica considerando que favorece la interacción online con su grupo de iguales, sin embargo, no es infrecuente que el tema se vaya de las manos y se dificulte su regulación. Otro de los problemas que está en aumento es que el entretenimiento online ofrece juegos que implican apuestas y juegos de azar que fomentan conductas adictivas entre los menores, una realidad que ha comenzado a clasificarse como trastorno en foros de salud mental. En este sentido hay que tener en cuenta algunas respuestas que deben ponernos en alerta: falta absoluta de control en el tiempo de uso de los videojuegos, interés obsesivo por este tipo de entretenimiento y, sobre todo, si hay respuestas agresivas cuando le piden que deje ya de jugar, estamos ante un problema que hay que atajar. Todo este entretenimiento es muy reconfortante para los niños y adolescentes hay legiones de expertos tras el diseño de las tecnologías para que así sea, y no cabe demonizar el uso de los dispositivos per se, sin embargo, no es solo conveniente sino necesaria una supervisión adulta para minimizar los riesgos evidentes que se vinculan al uso inadecuado en tiempo o contenidos.

En cuanto al papel socializador de las redes sociales, para la mayoría de los adolescentes la relaciones a través del móvil suponen una parte muy importante de su vida generándose una interacción paralela online-offline con su grupo de iguales, a priori todo parece favorecer las relaciones pero un uso inadecuado ya ha mostrado su perjuicio, relacionándose en diversos estudios con ansiedad clínica, problemas de atención tanto en las relaciones individuales como grupales y efectos negativos en el rendimiento académico. A mayor dependencia, mayor tiempo de conexión que puede llevar a un uso incontrolado e impulsivo y la necesidad imperiosa de repetir las conductas que adquieren tintes adictivos generando gran irritabilidad cuando se interrumpen y a una manifestación de ansiedad al no poder comunicarse con su smartphone, un temor para el que en Psicología se ha acuñado el término nomofobia. Como en tantos otros aspectos educativos la sociedad tiene un importante papel y directamente las familias en las que los padres pueden actuar como modelo en el uso moderado de las pantallas y también como reguladores para promover un uso favorable de las mismas.