lo largo de mi experiencia docente que me permite repasar más de treinta años, hay un detalle que siempre me ha llamado la atención y tiene que ver con la huella que deja el maestro en su viaje educador de largo recorrido. Por suerte, creo que la mayor parte de los seres humanos tenemos algún maestro de referencia que nos dejó un recuerdo positivo de su quehacer docente. Quizá sea precisamente esa la razón que lleva a mis alumnos universitarios de Magisterio a valorar ese aspecto como un premio emocionante para el lejano fin de su futura trayectoria profesional que, en algunos casos, justifica una parte del interés por hacerse maestros.

Mentiría si no reconociera que me emociona encontrarme con antiguos alumnos que me recuerdan con alegría. Y puede que, efectivamente, tras el final del recorrido profesional, ese sea uno de los mejores legados que queden en la memoria de maestros y profesores. Y como no creo que nadie supedite su acción docente a ese único objetivo a tan largo plazo, quiero pensar que ese mérito se logra lentamente y solo con algunos alumnos, porque solo a algunos se puede llegar con mayor intensidad. Afortunadamente, los profesores corrientes tenemos un reconocimiento mayor de unos estudiantes y menor de otros. Y eso es así porque la educación es un punto de partida hacia la mejora personal que se da en unas circunstancias colectivas, y donde se ven afectados muchos factores, no todos ellos fáciles de controlar.

Generalmente, el aprecio hacia algunos de nuestros maestros se hace consciente con el paso del tiempo, con las experiencias vividas que nos acercan a una mayor empatía con los profesores, a la valoración de acciones personales de maestros puntuales que han ido más allá de su función ordinaria y han logrado dejar oír su voz en el corazón de sus estudiantes.

En una sociedad donde la mayor disfunción tiene que ver con el despiste y la falta de concentración que nos envuelve con el uso abusivo de las tecnologías y las redes sociales, no será fácil mantener la huella de los maestros, que tendrán que esforzarse doblemente si quieren asomar su voz por encima de la voz hegemónica del ruido ambiental mediático y llegar al corazón de sus alumnos.

Detecto con cierta tristeza que mis alumnos de hoy no tienen esa impronta que otrora tenían. Que les mueve más la practicidad y lo inmediato que hacer un proceso lento de verdadero aprendizaje que les ofrezca un sedimento fuerte y protector. Que pierden la atención en beneficio de lo que sale de sus dispositivos móviles y no sé si me siguen con la presteza mental que hace algunos años. Las clases se llenan de momentos-laguna que me hacen dudar de si navegamos o estamos varados.

Cuando los profesores entendemos que cada curso es un nuevo viaje donde la aventura se comparte entre todos, donde todos tenemos que poner el arrojo necesario para sacar el máximo de la experiencia vivida, a veces tienes la sensación de que no estamos al cien por cien de nuestra capacidad, porque la emoción de lo que sucede naufraga numerosas veces con la necesidad imperiosa de estar atentos a nuestra versión más digital.

Reconozco que sí, que echo un poco de menos el tiempo en que los seres humanos solo teníamos una versión, que era la de la relación cara a cara, la de los afectos y las emociones que suponía para todos la aventura del nuevo viaje hacia el conocimiento y la comunicación.

No pierdo la esperanza, claro que no, de pensar que siempre habrá maestros de vida que se queden en el corazón de sus alumnos.