He estado en los suburbios de tu sonrisa,

sin mayor aspiración que el besarte en tus tiempos muertos.

He caminado por tu mirada traviesa,

buscando restos indomables de la locura de aquel septiembre.

He regresado al vicio olvidado de la rutina,

vislumbrando monotonía en cada caricia.

Me he resignado al tormento del invierno en tus brazos,

hasta hallar incertidumbre en el susurro de un te quiero

desmentido por la ausencia.

He releído este nosotros decadente,

en busca de aquel que arropaba mis miedos y mordía mi sonrisa.

He recorrido cada centímetro de tu cuerpo tratando de encontrarte.

He caído rendida.

Exhausta.

Perdida en el melancólico reflejo del abismo de tu mirada vacía.

He saboreado con nostalgia este último beso con sabor a despedida.

He comprendido que ya no somos más que dos desconocidos.

Eludiendo la inefable soledad.

De mirada triste, perdida,

almas cansadas, seres errantes

de camino a ninguna parte.

Ya no tienen lágrimas que secarse,

no tienen dolor, ni tienen pena, simplemente caminan adelante.

Atrás quedaron una tierra maldita

a la que un día quisieron.

Atrás quedaron su vida entera, su pueblo. Caminan hacia un futuro incierto,

sin apenas equipaje,

mientras el mundo mira a otra parte. No tienen nombres, a nadie importan, números, seres invisibles, itinerantes. Vestidos rasgados, zapatos gastados

frío en el cuerpo y pena en el alma

¡parecen tan lejanos...! Pero pensemos que nosotros un día podemos levantarnos y ser como ellos, desarraigados.