or fin, se acerca el ansiado momento para miles de abnegados opositores. Candidatos de toda edad, situación laboral y procedencia? que han invertido cientos de horas; miles? en la preparación de un proceso selectivo en el que se postulan para ser profesores, una profesión mayúscula, que por falta de músculo parece minúscula.

Con las cifras en la mano, las posibilidades de obtener plazas se antojan escasas. Mucha competencia y menos puestos a cubrir de los que en realidad debería -más alumnos por aula, más horas por profesor, bajas sin cubrir?-. Resultado: Se necesitan menos profesores.

La complejidad aún se agrava si eres un recién llegado a la feroz lucha por entrar en el sistema educativo, puesto que la puntuación por experiencia ha aumentado en esta convocatoria, para alegría de otros.

Surge entonces la inquietante pregunta: ¿que hay que hacer para ser uno de los elegidos? La respuesta es sencilla: no lo sé. Ni yo, ni nadie. Una cosa está clara: trabajando mucho.

Tendemos los profesores a pensar que quien ya ha accedido a su plaza una vez, volvería a hacerlo de nuevo fácilmente si tuviera necesidad de ello. Nada más lejos de la verdad, en mi opinión. Hay muchos factores en una oposición que condicionan el resultado: circunstancias vitales por las que atraviesas, la presión con la que te examines, los nervios, la coincidencia con un tribunal proclive a tu manera de hacer las cosas y, por supuesto, el azar. No olvidemos que la primera gran prueba escrita de esta oposición volverá a ser la realización de un 1 entre 5 opciones, de un temario de más de 70.

El tiempo y mi función laboral actual, me han llevado a conocer, asesorar -y sufrir junto a ellos- a cientos de opositores de toda la región que se enfrentan a esta nueva oportunidad como una gran encrucijada vital; un todo o nada. En ocasiones, aun siendo consciente y sabedor de lo que se juegan, me aventuro incluso a darles mi opinión, con la mayor de las cautelas.

Una oposición es una competición. Evidente e irrefutable. Pero si hay algo en lo que no se puede errar es en perder la perspectiva de lo que somos, estamos haciendo, ni el tipo de trabajo al que nos estamos postulando. El tribunal no busca un premio Nobel; el opositor no pugna por el quesito amarillo o verde del Trivial, ni ser concursante "magnífico" de Saber y Ganar. El dominio de la materia se da por hecho.

Cegados por la competencia, profundizamos hasta la extenuación en lo científico y lo técnico y acabamos relegando a un segundo plano -en el mejor de los casos- las verdaderas claves para lograr el objetivo. Son solo dos palabras: "alumno" y "profesor", que debieran graparse escritas en la frente para no perderlas como banderas de nuestro transcurso en todo el proceso.

Los tribunales buscan futuros compañeros; quieren a los mejores, porque de ellos va a depender el buen funcionamiento de sus propios centros. Escudriñan a cada candidato tratando de visualizar su futuro devenir en un aula. Vaticinan su capacidad de imponerse como autoridad, su creatividad metodológica, su virtud para empatizar, sus dotes comunicativas?

Destaquemos, por tanto, en entusiasmo en lo que hacemos; demostremos a quienes nos juzgan que queremos dar clase y sabemos cómo queremos darla.

Conozcamos el perfil psico-evolutivo de un alumno del siglo XXI, saquémosle rendimiento en lugar de denostarlo, apliquemos todo lo que sabemos a nuevos modos de transmitirlo.

Y una vez conseguido, preparémonos para ser Sherezade encandilando a nuestros "sultanes" mil y una mañanas? Pero eso ya eso otro cuento.