A Diego Ventura le embisten los toros por una razón, y es que no tienen elección. Tienen que embestir, quieran o no quieran. Sí o sí. El rejoneador, portugués de nacimiento y sevillano de adopción, demostró ayer en Zamora porque es sin discusión la máxima figura del toreo a caballo. Con su quinto toro, un manso de libro que no quería saber absolutamente nada de la lidia, Ventura dejó detalles de gran rejoneador. La bronca del público pidiendo la devolución del animal fue mayúscula, pero un toro no puede volverse a los corrales por manso. La faena, que se antojaba imposible ante un animal que ni siquiera miraba al caballero, acabó teniendo momentos brillantes gracias al buen hacer del torero. Poco a poco fue Ventura llevando al toro a su terreno e incluso consiguió un par de arrancadas de mérito. Cortó una oreja, deslucida por los tres pinchazos previos a la estocada pero de mucho peso, y dejó la anécdota de la tarde. El presidente tardó tantísimo en concederla cuando la petición era mayoritaria -la primera oreja la concede el público- que el toro estaba ya en el desolladero. Hasta allí corrieron alguacililla y subalterno de Ventura para regresar con el botín.

En su primer toro, el rejoneador dejó los momentos de más altura de la tarde, pasando excesivamente cerca de un toro que no tuvo más remedio que embestir de cerca que tiene al caballo. El triunfo, que se antojaba gordo, se fue por el desagüe tras pinchar Ventura ocho veces al animal.

Como pasó el viernes, las orejas tampoco sirvieron ayer para valorar correctamente cómo fue la tarde. Cortó dos Andy Cartagena a su segundo toro de la tarde, el que hacía cuarto de una corrida que no dio un juego excesivo. Cartagena ganó las orejas luciendo a su cuadra, porque los momentos a recordar cerca de la cara del toro son escasos. Casi nulos. El espectáculo, aunque bonito, fue más propio de un espectáculo ecuestre que de una corrida de rejones. El caballero dejó un rejón de muerte pelín trasero en el centro del ruedo, donde el toro permaneció durante toda la lidia, y eso le valió dos orejas excesivamente generosas. En su primero, un toro sin recorrido, estuvo voluntarioso aunque sin éxito.

El tercer toro de la tarde, el mejor de la tarde, podía haber lucido más cerca del caballo de Joao Moura hijo, que pese a todo hizo gala de la técnica que ha adquirido. Dejó varias banderillas al quiebro de elegante factura y un rejón bien colocado que hizo que el toro rodara sin puntilla. Otras dos generosas orejas. En el sexto, ya con la puerta grande asegurada, abrevió y cosechó unas palmas.