Ha tomado Antonio Ferrera una dimensión esta temporada que, como no pare, va a acabar con el torero muy, muy arriba del escalafón. Ayer, Ferrera demostró en Zamora las razones por las que fue nombrado triunfador de la Feria de Abril y por las que dejó un muy buen sabor de boca en San Isidro. En su primero, el que hacía tercero de la tarde -un negro bragado de 580 kilos de Gerardo Ortega-, Ferrera sentó cátedra. Dando el pecho en todo momento, dejó un puñado de naturales que, aunque sueltos, tuvieron gran belleza. Y un enorme valor, porque el toro le exigía una colocación milimétrica para dignarse a pasar. Siempre por abajo y siempre sin enganchones, Ferrera dio una lección de temple. Mandó callar a la banda al inicio de la faena. Se saboreaba más en silencio. De no ser por los aceros, hubiera sido un triunfo rotundo. Pero pinchó al primer intento e hizo guardia al segundo, con todo lo que ello conlleva. Las escasas palmas que le tributaron los tendidos solo se entienden en que muchos estaban ya al bocadillo.

En su segundo, sin alcanzar las cotas mostradas antes, el balear -y extremeño "de adopción"- se vio muy incordiado por el fuerte viento con el que se despidió la tarde. Lo intentó con la mano izquierda, pero el toro tenía sus mejores pases en el otro pitón. Acortó las distancias al final para calentar los tendidos y dejó una estocada trasera y pelín caída que le valió un trofeo que son dos: la oreja y el reconocimiento del público de Zamora.

Con todo, fue Juan José Padilla el que salió por la puerta grande de la plaza de Zamora después de una faena realizada a su segundo toro -un negro burraco de 503 kilos de peso, el mejor de la tarde- en la que el gaditano se mostró muy en su estilo. Dejó dos buenas largas dadas de rodillas para saludar a su enemigo y caldeó el ambiente en un extenso tercio de banderillas para, ya con la muleta, volver a arrodillarse y sacar cuatro derechazos y dos pases de pecho de buena factura. Muy encima del toro, Padilla puso por sí mismo la emoción que por momentos le faltó a la faena. Padilla, muy encima de un toro que quizás pedía otras distancias -tenía fuerzas, aguantó con la boca cerrada toda la faena-. Al final Padilla lanzó la muleta al aire y se quedó a pecho descubierto frente al toro, y el público en pie. Dos orejas, aunque al presidente -que debutaba- le costó dar la segunda pese a la fuerte petición. A lo mejor sobraba, pero el público manda.

De Paquirri solo se puede decir que ayer no hizo honor al nombre con el que se anuncia en los carteles. Cierto que el primero no tenía fuerza y su aprobación para la corrida de ayer es cuestionable -con solo 460 kilos, el toro parecía más bien un novillo de medio cuerpo para atrás-. Lo intentó con la derecha pegado a las tablas del tendido 3, el único sitio donde el viento daba una tregua. El toro, siempre acabando los muletazos por arriba, no permitía nada aunque el torero tampoco acabó de acoplarse. No hubo ni un solo pase limpio y la estocada no tuvo premio. Peor fue lo del segundo, un animal de 522 que salió del caballo mostrando que no había mucho donde rascar. Tampoco lo intentó el torero, que obligó al animal por abajo hasta que dobló en la primera tanda para ir inmediatamente a por la espada. Resultado: una bronca importante.

Con el frío que hizo durante toda la tarde y el panorama que se encontró al torear después de Paquirri, no era fácil que Ferrera levantara la tarde. Pero lo hizo, por dos veces. Es lo que tiene el toreo.