En la calle la Luna de San Agustín del Pozo se encuentra la escuela del pueblo, un edificio bien equipado que parece haber sido reformado hace no muchos años, su patio luce un tobogán y un balancín prácticamente nuevos, pero está vacía, sin gritos infantiles, sin libros, sin canciones, sin niños. Solo cemento. Hace ya un curso que el centro cerró sus puertas porque no contaba con el mínimo de matrículas exigido por la Consejería de Educación, cuatro, y los pocos niños que quedan en la localidad han pasado a estudiar a Villafáfila. Aunque disponen de transporte escolar, el cierre del colegio ha sido un duro golpe, no solo para las familias con hijos de San Agustín, sino para todo el pueblo, "perder la escuela es perder el futuro", coincidían las vecinas que ayer a mediodía hacían corrillo a la salida del consultorio médico. Su sensación es que el pueblo se muere poco a poco "y los que quedamos cada vez más viejos", quizás por eso aunque no hay maestro la localidad, con menos de 200 habitantes, dispone de médico cuatro días a la semana. De lo que no les cabe duda es de que ese sentimiento de desánimo "pesará" este domingo a la hora de decidir su voto.

Quienes más lamentan el cierre del colegio son las madres que lucharon para conservarlo hace unas tres décadas, cuando el Gobierno ya amenazaba con echar el cerrojo. Es el caso de Pilar Merino, cuyo hijo cuenta ahora 36 años, "qué pena tan grande, con lo que tuvimos que pelearlo" -recuerda apenada- "y se ha notado muchísimo, cómo no se va a notar, los niños son la vida de un pueblo y ya solo nos quedan tres o cuatro", añade mientras recuerda cómo hasta hace poco se les veía salir del colegio cuando paraba el bibliobús. Tampoco quedan parejas jóvenes que puedan rellenar ese hueco, "se han ido todas", apostilla esta vecina de San Agustín del Pozo, "los políticos tienen que echarnos una mano a los pueblos". De hecho, la persona más joven de la localidad ya tiene ocho años.

El origen del problema está en la falta de oportunidades en el medio rural, "la agricultura no da para todos, hay que tener tierras, y aquí no hay nada más, a ver quién se va a quedar así", señala Ascensión Peláez, por eso pediría al futuro Gobierno "que den trabajo, ya saben lo que tienen que hacer, y subir las pensiones". La crisis que comenzó hace ya ocho años supuso el último golpe para este pueblo, pues gran parte de la fuerza laboral emigró en ese tiempo, principalmente a Benavente.

El pueblo se despuebla y no solo se nota en la falta de colegio "se ve hasta en el bar, hace poco había una mesa entera llena de hombres cada tarde, ahora entre los que enferman y los que mueren solo quedan dos", explica José María González, pastor de profesión y ciudadano indignado, quien cree que "este pueblo, todos los pueblos, se mueren, y a nadie le importa". "Jodidos vivimos en el campo", opina también otro vecino que pasa junto a él sin detenerse. Por eso José María no quiere oír hablar ni de políticos ni de elecciones, "unos nos han fastidiado bien y los que vienen a arreglarlo son iguales" -comenta- "¿qué se van a preocupar de los pueblos los políticos? Si solo se preocupan de ellos mismos y de su bolsillo, se está viendo", razona cabreado. Por eso, este sanagustinense tiene una clara solución para formar gobierno: "Yo los encerraba en una habitación sin agua y sin comida, y hasta que no se pongan de acuerdo no salen, como antaño para elegir papas", afirma decidido.

Lo más parecido a un rayo de esperanza que ven los pueblos terracampinos para frenar la despoblación es la llegada de algunas familias contadas de inmigrantes para dedicarse al pastoreo de ovejas, y que en su mayoría proceden de Europa del Este, pero en la mayoría de ocasiones no permanecen muchos años en la zona. Paradójicamente, hace pocos meses llegó a San Agustín del Pozo una familia de origen sudamericano con dos hijos pequeños, que de haber venido poco tiempo antes quién sabe si hubieran salvado el colegio de la localidad.