En los lejanos tiempos de la EGB, en matemáticas estudiábamos los sistemas de conjuntos y sus relaciones. Una de ellas era la correspondencia biunívoca, donde se establecía la relación uno a uno entre elementos de distintos conjuntos. Y en los libros de SM aparecían los dos conjuntos con flechitas trazadas de un lado hacia el otro.

Traducido a campaña electoral esto vendría a ser como si en ese conjunto que forman los elementos candidatos se correspondieran de forma directa con los votantes en busca de apoyos, con toda su parafernalia de reclamos transformadas en flechas hacia el otro sufrido conjunto de ciudadanos censados. Pero a la vista del arsenal del que disponen los candidatos, la perspectiva de los diagramas se pierde por la cantidad de flechitas disparadas desde el primer conjunto. La omnipresencia desde hace meses de los cuatro aspirantes me hace sentir como un remedo de estatua de san Sebastián, asateadito por las ansias de estos Légolas de las urnas. Nos asaltan desde la prensa escrita y digital, desde la radio, desde la televisión y también, sí, a través del buzón de correos.

Como no somos orcos y los partidos disponen de los datos del padrón, estos días, entre facturas y publicidad de créditos rápidos (otros que adivinan enseguida las necesidades de uno, qué sencillo parece todo en esta era digital), empiezo a recibir misivas dirigidas a este pobre mortal del que solo ansían una papeleta con sus siglas. Me llaman por mi nombre, me cuentan de sus logros, de sueños y aspiraciones, como si fueran un novio en la mili. Me siento importante cuando veo que firman de puño y letra serigrafiada Mariano Rajoy, Albert Rivera o Pedro Sánchez (tengo entendido que este último, si te descuidas, se te cuela hasta la cocina y sin darte cuenta compartes sus cuitas con un café y unas pastas en la salita de estar). También me ha escrito una tal Esperanza, que luego resulta ser un arquetipo construido por los de Unidos Podemos, esos magos del marketing, en el que pretenden reflejar la lastimera ecuación por resolver de tantos jóvenes emigrantes. Como si uno no supiera de qué va la vida real, el conjunto en el que nos desenvolvemos habitualmente el común de los de pueblo y ciudad, donde nos atacan las facturas de la luz, el gas y los impuestos que administran o administrarán o quieren administrar nuestros insólitos remitentes que prometen oro, incienso y mirra si te dejas atravesar por su flecha.

Yo pensaba que a los Reyes Magos había que escribirles tú, pero mira por donde, han confundido mi buzón con el Portal de Belén. En fin, ya queda menos.