La música, hasta la más celestial, deviene en ruido molesto a fuerza de repetición. El debate de las enésimas elecciones, incluso antes de empezar, ya causaba tinnitus, que son esos sonidos o zumbidos imaginarios que invaden un oído sometido a continuos griteríos o trombas wagnerianas. Todo ­-incluso los malos chistes visuales de Rivera- era un marasmo indiscernible y repetido. Aburrimiento mortal hasta que el subconsciente de Pablo Iglesias tomó el control de la situación y cambió "manada" por "mamada". Y entonces la España de gorilas que seguíamos el debate, ora mirando a la tele, ora espulgándonos en Twitter, levantamos la cabeza alertas. Algo ha pasado en la selva:

-Ha dicho mamada.

-Ha dicho mamada.

-Ha dicho mamada.

-Ha dicho mamada.

Luego ya todo fue un alzamiento nacional porque había dicho mamada. La actriz porno Apolonia Lapiedra, en legítima representación de la sociedad civil, reclamó en las redes sociales un legítimo puesto en el debate si había que hablar con propiedad del asunto.

Ha dicho mamada. Ese es el mágico poder de algunas palabras para bajar los plomos del pensamiento. Ha dicho mamada.

Lástima que ya estuviéramos desconectados cuando Abascal pedía que entrásemos a sangre y fuego en Cataluña, cuando equiparaba a los emigrantes con una horda de violadores, cuando reclamaba disolver Europa y regresar a la autarquía, cuando equiparaba a la pobre familia Franco, que pasó de mausoleo a digna tumba con traslado de lujo, con las que aún tienen a los suyos perdidos en una cuneta... Lástima que todos los gorilas estuviéramos chupándonosla unos a otros. No escuchamos el rugido de la tormenta.