El conjunto vacío abarca a los candidatos que han despertado una emoción auténtica y generalizada. Incluso los presuntos vencedores han alcanzado esta categoría por descarte. La victoria es un valor absoluto, pero habrá que espumarla para disimular la fragilidad del aspirante en condiciones a presidente del Gobierno. Figuras como Felipe González impusieron su carisma a los pactos que debieron asumir. Más aún, legitimaban desde su liderazgo a las fuerzas subsidiarias de su poder. En cambio, el campeón a coronar ha de soportar las críticas al más insignificante de los diputados ajenos que decidan sustentarlo.

El abstencionista vota, con la misma determinación y consecuencia que cada una de las personas que acude a las urnas. Simplemente, se siente tan seguro de la coherencia razonable de sus contemporáneos, que delega el sufragio individual en el colectivo. Quienes efectúan el trayecto hasta el colegio electoral, saben de sobras que todos los votos tienen espinas. Además, huelen peor que una rosa. Solo hay un partido que en estas generales ha reunido una audiencia religiosa, trascendida. Es innecesario especificarlo, hasta sus votantes saben distinguir el grado de identificación mística que les ha embargado.

La grisura del bipartidismo ha estallado en una floración de formaciones ganadores. Lejos quedaron los tiempos en que se felicitaba a la UPyD de Rosa Díez por alcanzar menos de cinco diputados. La siglas se estrenan en el Congreso con docenas de escaños. En España, montas un mitin y tienes un parlamentario asegurado. Esta diversificación ha contribuido al éxito de las elecciones. Los politólogos suelen olvidar que, por encima de las preferencias ideológicas o de los intereses que analiza Lakoff, el votante ansía ganar.

Por primera vez desde la transición, el votante gana siempre. Al premiar generosamente a cinco opciones estatales, las elecciones han alimentado esta sed de victoria. Tres de los contendientes son start-ups de éxito. Cuatro si se añade el PSOE, siglas de PSOEPedro Sánchezcon flagrante desdén hacia las baronías. Se imputan pactos contra natura junto a los independentistas al mayor jacobino de la política española.

Votar sigue siendo una empresa presencial. Decenas de millones de personas trasladándose a los colegios para aportar una papeleta tampoco electrónica. Horas después de cumplimentar este ritual primitivo, comprobarán que su voto personal no hubiera modificado un ápice los resultados finales, porque ningún diputado se decide por un único sufragio. Y pese a esta constatación, la riada se repetirá en mayo.