El tacticismo de Pedro Sánchez, al obligar a las derechas y ultraderechas a retratarse juntas antes de las elecciones, no oculta la evidencia de que debatir con Vox implica legitimar al partido neofranquista. El PSOE le concede literalmente la Voz. El enunciado que da entrada en el ring "a los partidos que según la encuesta preelectoral del CIS conocida esta semana, superan el diez por ciento de intención de voto a nivel nacional" debe ser la forma más alambicada de escamotear la evidente bienvenida de los socialistas a la formación ultramontana. En cuanto al desdén a RTVE, la política española orbita desde hace años en torno a La Sexta, y Ferreras es su profeta.

Para que la jugada de integrar a la ultraderecha le resulte provechosa al PSOE, es preciso que el pacto preelectoral del martes 23 asuste lo suficiente a los votantes de izquierda indecisos. Sin embargo, abrazarse a Abascal también implica relativizar el peligro que supone la ultraderecha. Para compensar, los fervorosos de Vox pueden sufrir asimismo un cierto desánimo suspicaz, al contemplar a sus campeadores en animada cháchara con los malditos demócratas. Y sobre todo, los socialistas aceptan a los neofranquistas por la notoria debilidad dialéctica del líder ultra.

El debate a cinco demuestra que el PSOE pretende visualizar la supervivencia del bipartidismo, ahora bajo la fórmula de dos bloques. El gran enigma es qué candidato querrá colocarse en el atril adjunto a Abascal. Y la mejor manera de medir el atractivo menguante de Casado consiste en que Sánchez pueda renunciar al duelo con su rival tradicional, sin sufrir el mínimo desgate. El único aliciente de este choque serían las meteduras de pata del candidato popular, las cadenas pagarían millones por un cara a cara entre Casado y Suárez Illana. ¿Y por qué no montar un debate a seis con ERC, que tiene una proyección de diputados a la altura de Vox?