Este hombre alto, tanto en los mítines como en los debates, carece de naturalidad. Y ésa es una cualidad que los ciudadanos exigimos a nuestros políticos. Que nos hablen desde la emoción, desde el sentimiento. La mayoría de ellos, a fuerza de repetir una y otra vez, y hasta la saciedad, el mismo discurso, las mismas ideas, incluso las mismas frases, como si de un mantra se tratase, pierden esa frescura del discurso verdadero, del discurso emocionado.