El desarrollo de la inteligencia emocional es un tema que cada vez ocupa más espacio y despierta mayor interés en el ámbito familiar, académico, y también en las empresas. Tanto los padres y madres, como los docentes demandan herramientas y estrategias para favorecer y facilitar el desarrollo de la inteligencia emocional de los niños.

¿Qué es la inteligencia emocional?

La inteligencia emocional se refiere a la capacidad de conocer, discriminar y gestionar las emociones propias y ajenas, e integrar ese conocimiento en el nivel de pensamiento y conducta. La inteligencia emocional se puede educar y potenciar, y se incorpora fácilmente a través de la observación de las pautas del entorno (y los adultos de referencia).

Este concepto se dio a conocer a principios de los años 90 en el ámbito académico y de investigación, y después fue popularizado por Daniel Goleman, a partir de la publicación de su famoso libro. Supone ir más allá del cociente intelectual (medida estándar que se emplea para calcular la inteligencia de una persona), y propone una nueva noción sobre los ingredientes fundamentales del éxito en la vida. 

Mayer y Salovey, los investigadores pioneros en el estudio de la inteligencia emocional, encontraron que la presencia de una serie de competencias emocionales y sociales, predice un mejor desempeño de la persona en indicadores objetivos (puntuaciones académicas, salario bruto, categoría laboral y número de personas al cargo) y subjetivos (bienestar y satisfacción con la propia vida, sensación de control y capacidad de desarrollarse profesional y personalmente).

Es decir, que ante dos personas con el mismo cociente intelectual, aquella que muestra mayores puntuaciones en los indicadores de inteligencia emocional está más capacitada para vivir la vida que quiere vivir (la noción de éxito puede ser muy variable), y además goza de una salud comparativamente mejor.

¿A qué edad debemos empezar a educar la inteligencia emocional?

La inteligencia emocional se desarrolla en las niñas y en los niños desde las etapas más tempranas. Somos seres sociales, y como tales, nacemos en un entorno y en un vínculo con las personas que nos han traído al mundo y/o que se hacen cargo de nuestra crianza. Las palabras, las miradas, las canciones, los abrazos, las caricias… todo ello va configurando el mundo emocional y vincular del bebé, y satisfacer esas necesidades afectivas es tan importante como las necesidades puramente fisiológicas.

Hablar y considerar a cada bebé como un ser único, con sus propias preferencias, gustos y necesidades. Es por eso que la inteligencia emocional la educamos todo el tiempo, incluso antes de que nazcan (hablarle cuando está en la tripa, imaginarte cómo será su carita, elegir un nombre para él que sea especial y tenga un significado….).

Promover la inteligencia emocional desde la infancia ayudará a nuestros hijos a entender sus emociones Pexels

3 claves para fomentar la inteligencia emocional en los niños

Con estos consejos podremos ayudar a nuestros hijos a gestionar y entender sus emociones y las de los demás

1. Desarrollar la competencia emocional en el adulto

Hemos de tener en cuenta que un niño podrá desarrollar su inteligencia emocional y su empatía en la medida en que encuentra y se relaciona con adultos que son capaces de reconocer sus emociones, regular y manejar sus estados internos.

Parece bastante evidente, pero muchas veces ponemos la mirada solo en el niño: “es que le cuesta mucho compartir” “es que se pone imposible” “es que …”. Nuestra conducta modela continuamente la de nuestros hijos y alumnos, de manera que si observamos un comportamiento muy frecuente y que genera disrupción o sufrimiento, hemos de limitar y/o dirigir la conducta del niño, pero también mirar un poco qué nos está reflejando.

Es decir, si un niño tiene muchos problemas para despedirse de las cosas y de las personas, lo pasa muy mal porque tiende a establecer relaciones de mucha dependencia hacia objetos (muñecos, juguetes u objetos sin aparente valor cargados de emocionalidad), acciones (se altera mucho cuando las cosas no salen según lo previsto o esperable), o personas (como si no lograra transitar de la ansiedad de separación típica en niños más pequeños hacia una posición más madura).

En este caso la pregunta sería: ¿cómo se relacionan los adultos al cargo de ese niño con los cierres, las despedidas, los duelos? ¿Qué me pasa a mí cuando me siento triste por algo que ya no está? ¿Me permito experimentar la tristeza? ¿Soy capaz de regular esa emoción y transitar a otro estado? ¿O tiendo a negar e inhibir esas sensaciones y cambiar de tema poniendo la atención en otra cosa? Difícilmente podemos dar aquello que no tenemos dentro, así que observar aquello que le cuesta o duele a tu hijo/alumno es una buena oportunidad para explorar en uno mismo (y a partir de ahí crecer ambos).

Sucedería lo mismo en los equipos de trabajo, los verdaderos líderes son extraordinariamente competentes emocionalmente; logran extraer el máximo potencial de cada miembro y son capaces de aumentar exponencialmente los resultados globales. Así, ese líder podrá desarrollar equipos emocionalmente inteligentes.

Es importante desarrollar nuestra inteligencia emocional para que nuestros hijos puedan desarrollar su capacidad emocional Pexels

2. Desarrollar la competencia emocional en el niño

La idea es ayudarle a contactar con su mundo interno, y que pueda manejar y optimizar sus pensamientos, emociones e impulsos. También observarlos en los demás

Para practicarlo, podemos buscar un momento de tranquilidad e intimidad y al final del día repasar juntos 3 cosas que han pasado durante el día:

  • Algo bueno que te ha sucedido
  • Alguien a quien hayas ayudado
  • Algo que te gustaría mejorar

La idea es que el niño identifique y nombre experiencias propias, al tiempo que escucha y  observa lo que nos ha pasado a nosotros. De esta forma logramos fortalecer su identidad y autoconocimiento, facilitamos que conecte con su valor y capacidades, favorecemos su empatía, y permitimos que adquiera seguridad y capacidad de intervenir en el entorno (cambiar y mejorar el mundo). Y por supuesto creamos una relación segura y de confianza, en la que el niño siente que puede compartir con nosotros aquello que l preocupa o le inquieta.

3. Desarrollar un entorno y unas relaciones emocionalmente competentes

Ya sea en la familia, en el aula, en un equipo de trabajo o en una relación de pareja. La idea que debe perdurar es que entre todos logramos más y mejor. Que no siempre los adultos/jefes tenemos todas las respuestas. Que una buena comunicación y jerarquía permite un mejor funcionamiento del sistema al completo.

Se trata de buscar el lugar en el que sea compatible expresar y hacer un hueco a las necesidades individuales, aportando y respetando a los demás. Es decir que cada uno pueda sentirse uno mismo, desarrollarse y experimentar, sin dañar a los demás. Desde el momento en que formamos parte de un sistema determinado, somos elementos interdependientes e interrelacionados, en constante búsqueda del equilibrio y la homeostasis del sistema.

Lo maravilloso de los niños es que nunca dejan de hacernos aprender de ellos y con ellos. Siempre es un buen momento para empezar de nuevo, reaprender, descubrir.