El pasado 27 de abril abrió sus puertas, en la ciudad de Toro, Aqva, la XXI edición de la exposición Las Edades del Hombre. No deja de ser una paradoja que se haya escogido este título, que viene a ser la antítesis de la imagen de Toro, asociada a su afamado vino, y además se presta al chiste fácil. Y a propósito me viene a la memoria aquel chocarrero sermón del párroco de la Trinidad, Francisco Medina y Carrasco, alias "Golitos", que al comparar un milagro de san Antonio y el de Cristo en las Bodas de Caná no dudó en afirmar que convertir el agua en vino no fue tal milagro pues "lo hace cualquier tabernero". Bromas aparte, desde que en 1988 echase a andar aquel proyecto primigenio que ideasen el sacerdote José Velicia y el escritor José Jiménez Lozano, se ha exhibido lo más granado del rico patrimonio artístico que atesoran las diócesis castellano-leonesas, que huelga decir es mucho. Aquel proyecto inicial, que contemplaba cuatro muestras para dar a conocer lo que el culto y la evangelización del pueblo de Dios dieron de sí artísticamente hablando, lejos de agotar su discurso, ha sido estirado artificialmente, en función de los pingües resultados que las sucesivas exposiciones han seguido produciendo. No parece pues que el tirón de la marca Edades del Hombre, tras una veintena de ediciones, esté agotado, y pese a que las cifras de visitantes no son las de antaño, sigue vendiendo, aunque, admitámoslo, resulten recurrentes. No obstante el éxito de visitantes, no todas han tenido un mérito parejo.

Y para muestra un botón, la de Zamora fue bastante ramplona en su concepción y montaje. También la solidez del proyecto inicial se ha resentido en tanto en cuanto la dirección cambió sucesivamente de manos. Y aunque de cara a la galería se mantiene como eje vertebrador la divulgación del patrimonio artístico de nuestra comunidad, hoy, más que la causa, es la disculpa para la promoción turística de los lugares a los que les ha tocado en suerte ser sede de una de sus exposiciones. Algo impuesto por el pragmatismo a que obliga el que el proyecto se financie casi por entero con dinero público. El que Toro haya sido preterido, frente a otras ciudades de menor relevancia patrimonial, a la postre ha resultado positivo, pues llega en un momento de crisis. Esta circunstancia alentó la aventura de nuestro admirado caballero andante, José Navarro Talegón, de emular en solitario y con unos pocos recursos Las Edades del Hombre, en aquella más que digna exposición que fue Legados, celebrada en 2006 en media docena de iglesias de Toro, en donde se exhibieron cerca de trescientas cincuenta piezas de la ciudad y alfoz. Teniendo todo en contra, y sin apoyo institucional, la muestra tuvo su eco, pese a no contar con la poderosa maquinaria mediática de Las Edades del Hombre. El proyecto expositivo, no obstante su discreción, fue de calidad, se restauró para la ocasión la iglesia del Santo Sepulcro, y pudo verse el callado trabajo de conservación del patrimonio toresano realizado durante años por los alumnos de la Escuela Superior de Restauración de Madrid, con el patrocinio de la Fundación González Allende.

Las Edades llegan, como ya se dijo, en un momento propicio, y suponen una inyección de autoestima y un motivo de sano orgullo para los toresanos. En los próximos meses Toro será una ciudad viva, llena de gente ávida de disfrutar y consumir, porque en definitiva, más allá del discurso que la exposición propone a los visitantes, son sus consecuencias las que lo hacen posible. Las Edades del Hombre han de ser un reponedor bálsamo temporal para la postrada economía toresana, que mitigará en parte los letales efectos de la crisis, y es posible que su onda expansiva se deje notar también en la capital y provincia.

El visitante que llegue a Toro descubrirá una ciudad monumental que aún posee un destacado y rico elenco de edificios civiles y religiosos, dignamente conservados, pues su débil crecimiento demográfico jugó en contra del codicioso urbanismo de los años del desarrollismo.

Y aunque no le defraudará, Toro tiene aún algunas asignaturas pendientes: necesita mejorar el entorno, alumbrado y señalización de sus monumentos, el servicio de limpieza viaria y recogida de basuras, el pavimento de sus calles y plazas, proteger y rehabilitar su arquitectura popular, el soterramiento de cables, construir aparcamientos, etc. que una ciudad declarada conjunto histórico precisa, y que su ayuntamiento en solitario no puede afrontar.

Ahora que puede palparse que el patrimonio no solo no da problemas, sino que es un recurso, que no redime, pero ayuda a la economía local, si se quiere rentabilizar la oportunidad que Aqva brinda, el resto de administraciones con competencias en la materia no deberían tener prejuicios en trabajar juntas para conseguir todas aquellas mejoras que una ciudad monumental precisa. El patrimonio de Toro y su singularidad, pero sobre todo sus gentes, bien lo merecen.