El debate sobre la influencia del tamaño de las empresas en su supervivencia es viejísimo. Una de las discusiones recurrentes en economía, especialmente cuando corren malos tiempos y todos los remedios son pocos para capear el temporal. La doble recesión demostró que, efectivamente, la dimensión sí puede ser un aliado, hasta el punto de que las fusiones y absorciones de compañías perdieron en estos años parte de su esencia, como herramientas que eran de estrategia en las cúpulas para aprovechar negocios complementarios, y se han exprimido como antídoto a las debilidades. De ahí el famoso " too big to fall" -"demasiado grande para caer"- al que, sobre todo en el sector financiero, se recurrió como premisa para forzar alianzas. Claro que de los propios bancos vienen muchos ejemplos recientes de que los pilares de los más grandes pueden tambalearse si lo único que hay es eso, tamaño, junto a otra lista de no pocas multinacionales -Pescanova, Abengoa, Martinsa...- que han ido protagonizando una detrás de otra los mayores concursos de acreedores de la historia de España. Crecer es importante. Ayuda a casi todos los asientos de las cuentas de una sociedad. Pero con sentido. Y ese es el objetivo de la cumbre nacional que desde ayer celebran en A Coruña las empresas familiares del país, ocho de cada diez, con una aportación del 60% del Producto Interior Bruto (PIB ) -el 85% en el caso de Galicia- y casi siete de cada diez empleos.

Lo reconocía Juan Corona, director general del Instituto de la Empresa Familiar (IEF), en la presentación del congreso el pasado septiembre. Este tipo de compañías son "demasiado pequeñas" y hacerlas grandes es "clave". "Hay que crecer, pero no alocadamente -subrayaba-, sino con cabeza, manteniendo la actividad y el empleo". La "escasa dimensión" juega en contra, entre otros factores, de la competencia con el resto de países.

Menos plantilla

España es diferente también en eso. De media, las empresas aquí cuentan con 4,7 trabajadores, según los últimos datos de Eurostat, la oficina estadística de la UE, relativos a 2014. En las economías de nuestro entorno, solo las compañías de Italia están por debajo de ese volumen, con 4. En Francia la media escala hasta las 5,7; alrededor de 11 trabajadores en Reino Unido; y cerca de la docena en Alemania. Los informes de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) reflejan una realidad idéntica en esa variación enorme en tamaño. Las microempresas, aquellas que no superan los nueve empleados y los dos millones de euros en facturación, suponen en España el 94,6% del total de sociedades operativas, como recoge la radiografía Entrepreneurship at a Glance 2016 de la OCDE. En el Reino Unido son el 89%, y el 82% en Alemania. En ambos países, las grandes corporaciones de más de 250 trabajadores representan el 0,34% y el 0,49%, respectivamente. En España, en cambio, solo el 0,11%. Uno de los porcentajes más pequeños del mundo junto a Grecia (0,06%), Corea (0,08%) y Portugal (0,09%).

"Existen factores específicos de las empresas familiares que limitan su tamaño, entre los que destacan la madurez de los sectores donde operan, las dificultades financieras, la resistencia al cambio de líderes y, fundamentalmente, el temor a perder el control familiar y la preferencia por la estabilidad frente a los objetivos económicos", apunta el análisis sobre la situación de la empresa familiar en España publicado por el IEF. "Sin embargo -advierte-, la empresa que no alcance un tamaño mínimo afronta en algún momento serias dificultades para subsistir". ¿Por qué? Por su mayor vulnerabilidad. Por la falta de fuelle en los cinco motores con los que viaja la economía globalizada del siglo XXI: financiación, comercialización, productividad, innovación e internacionalización.

Financiación

El acceso al crédito en buenas condiciones lo marca absolutamente todo. Desde el día a día de las cuentas a la capacidad de inversión y, por tanto, la estrategia de futuro. La crisis endureció las condiciones de los préstamos, especialmente para las pymes. Es cierto que las operaciones por un importe máximo de un millón de euros, que son típicas de pequeñas y medianas compañías y las más habituales en el sistema financiero, aumentaron un 10% en 2015 y se denegaron solo el 21% de las solicitudes. En 2012 eran el 42%. Pero el tipo a pagar ha ido en ascenso. En diciembre rondaba el 3,27% y ahora se mueve por encima del 3,3%. En las operaciones de más de un millón, propias de grandes empresas, los intereses, en cambio, bajaron del 2,12% al 1,94%.

Tras la crisis, la rentabilidad de las empresas familiares de menos de 25 empleados cayó un 1,3%. En las de 25 a 49 trabajadores se incrementó un 1,7%; un 2,6% en las que suman entre 50 y 99; y un 3,4% las que cuentan con más de 100 personas en plantilla. "Las que superan el umbral de los 50 trabajadores son capaces de obtener rentabilidades económicas superiores a las no familiares [-0,8%]. Este dato es significativo pues rompe la idea de que las empresas familiares son siempre más pequeñas y menos rentables que las no familiares", remarca el análisis del IEF, que insiste en ese listón de medio centenar de puestos como referencia a mejor para casi todo: mayor propensión a innovar porque también cuentan con más posibilidades de hacerlo (84,9%, frente al 56,8% de las microempresas), en el acceso a nuevos negocios o sectores (30,2%) y más mercados (49,1%).

Rentabilidad, facturación e innovación. Ahí están las prioridades de las empresas familiares españolas para los próximos dos años, según la quinta edición del barómetro de KPMG sobre la situación de este tipo de compañías, que a partir de hoy en A Coruña quieren aprender a crecer con raíces. Ese es el lema de su XIX Congreso Nacional, que tiene entre los platos fuertes de la agenda el avance, precisamente, de un informe del IEF que mide la relevancia del tamaño como factor de competitividad.