Los europeos se acostaron anoche pensando que los referéndums independentistas no eran más que una de las muchas peculiaridades británicas. Algo molesto, pero no excesivamente importante. También conducen al revés que el resto del mundo o usan unos billetes diferentes a los que se emplean en España o Francia y no pasa nada. Pero al levantarse han comprobado que el mundo que conocían ha saltado por los aires. Europa ha muerto.

Los historiadores suelen decir que el siglo XX empieza con la Primera Guerra Mundial y finaliza con la caída del muro de Berlín, con la desaparición de las dictaduras comunistas del Este de Europa. Tendrán que cambiar sus libros. El verdadero cataclismo que cambiará Europa de forma decisiva se produjo ayer. La victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial dio paso a siete décadas de paz y progreso económico sostenido por el consenso entre dos grandes polos moderados, entre socialcristianos y socialdemócratas. Ese mundo se ha acabado.

Las primeras señales de alerta fueron los éxitos electorales de la extrema derecha en Francia, Holanda o Austria. Pero la alianza de los partidos del sistema les cerró el paso y Europa pudo mirar para otro lado y continuar su siesta. Luego el triunfo de los radicales de izquierda griegos puso todo el entramado europeo en riesgo. Pero las deudas griegas eran tan grandes que los revolucionarios de Atenas tuvieron que transformarse en moderados centristas para que el sistema europeo les sacase las castañas del fuego. Parecía que todo se calmaba, que sin el dinero del sistema no se podía ni hacer la revolución.

Pero las cuentas europeas acaban de saltar por los aires. Los ricos británicos acaban de decidir su marcha de la UE liderados por Nigel Farage, un radical antisistema que ni siquiera está en el parlamento británico y que gana votos asegurando que lidera a la gente corriente frente a la casta. La cascada de consecuencias es impredecible. Marine Le Pen, la ultra francesa que lidera las encuestas presidenciales, ya ha pedido un referéndum en su país. El ultra holandés Geert Wilders se le había adelantado. Y la Liga Norte italiana acaba de proclamar: "Ahora nos toca a nosotros". Eso por la derecha. A saber que posturas adoptan los populistas de izquierda que reinan en la otra mistad de países europeos.

En el Reino Unido también está todo en cuestión. Los independentistas escoceses aprovecharán la ocasión para intentar un nuevo asalto a la independencia. Los irlandeses del norte partidarios de salirse del Reino Unido ya reclaman unirse a Irlanda. Y hasta hace unos pocos años estaban a tiros por las calles con los defensores de la unión con Inglaterra.

Las consecuencias económicas son impredecibles. Los mercados se hundían en la apertura de las bolsas. La tímida recuperación de la crisis puede saltar por los aires dando más impulso aún a los partidos populistas. La OCDE estima que la salida británica de la UE provocará la caída del Producto Interior Bruto español en un punto. Eso sin contar las turbulencias financieras de la decisión. También cambiará el reparto de las cuotas de los diferentes países a la UE. Y España perderá unos 1.000 millones de euros. La enorme deuda pública y privada hace de España un país muy vulnerable a la volatilidad financiera. Las amenazas a la economía española son enormes.

Las repercusiones políticas en España también son impredecibles. El principal argumento para convencer a los catalanes para que se quedasen en España era que fuera de la UE hacía mucho frío. Ahora ese razonamiento salta por los aires.

La Europa pacífica de grandes consensos acaba de romperse. Todo pasa a estar en cuestión y un mundo nuevo amanece. Algunos pensarán que para mejor. De momento ese futuro está liderado por Nigel Farage.