Rugby

El rugby como válvula de escape para los jóvenes que arriesgan sus vidas para venir a España

El deporte oval acoge a chicos que se lanzaron a cruzar el Estrecho en busca de una nueva vida y al llegar a España se enrolan en equipos | Chafik Hammouma, del Universidad de Bilbao, o Mohamed Amine el Aamrani, del Ordizia, son los últimos ejemplos

Mohamed Amine el Aamrani, jugador del Ordizia, carga con la pelota durante un partido.

Mohamed Amine el Aamrani, jugador del Ordizia, carga con la pelota durante un partido. / INA OLAIZA

Iñigo Corral

Con 13 años Chafik Hammouma se embarcó en una patera rumbo a lo desconocido. En su pequeño pueblo, situado muy cerca de Tánger, las expectativas para un joven de su edad no eran muy halagüeñas. Era consciente de que si aspiraba a una vida mejor tenía que dar un paso adelante y separarse de sus padres y cinco hermanos. Quedarse no era una opción. Tuvo que madurar a la fuerza. La mayoría de los adolescentes españoles de su generación desconocen lo que significa estar alejados del confort del hogar. “La vida siempre es dura para la gente que no tiene nada”, dice con cierta resignación. De aquel chaval que salió de su casa casi con lo puesto y con el dinero justo para pagarse el viaje a España apenas queda nada. Ahora, con 18 años, trabaja de camarero en Bilbao. Gracias al rugby ha logrado integrase en un equipo “donde todos ha sido muy amables conmigo” y, de momento, no piensa en lo que le puede deparar el futuro. “Solo sé que no me arrepiento de nada porque de todo se aprende”, afirma.

Cuatro intentos

Antes de llegar a Arcos de la Frontera (Cádiz), Chafik había visto frustrado su sueño de pisar suelo español hasta en cuatro ocasiones. “Éramos una cuadrilla de unas 40 personas que teníamos que pagar mil pavos para que nos trajeran a España”. Como es lógico, no tenía dinero. Fue su padre, un agricultor con escasos recursos económicos, el que se lo que prestó. “Para él no fue fácil hacerlo porque, además de no tener mucho dinero, sabía que su hijo se iba a jugar la vida en el intento”. La huida era complicada. Y es que gracias a los GPSs siempre les localizaban antes de llegar a aguas españolas, los devolvían a Marruecos y los enviaban a comisaría.

Eso nunca le desanimó. Una noche, tras hinchar la patera y llenar el depósito de gasolina, el grupo que viajaba con Chafik consiguió poner rumbo a Arcos de la Frontera. Cuando estaban cerca de la costa, el motor se rompió. Se vieron obligados entonces a llamar desde su móvil a la policía española para que les vinieran a buscar. Los mayores de 18 años fueron devueltos a Marruecos, y Chafik ingresó en un centro de menores “donde ni te hacían papeles, ni nos llevaban a la escuela, ni nos dejaban salir”. Más tarde le trasladaron a Almería “a un sitio donde estuve muy a gusto” y de allí a otro centro en Granada “donde no te daban ropa y te servían una comida congelada que había que meter en el microondas para poder comérsela”.

Aquello no le pareció de su agrado y, junto a tres amigos, huyó del centro. Los cuatro jóvenes estuvieron casi un día entero andando por el monte “y durmiendo entre árboles con un frío horrible” hasta que llegaron a un pueblo. “La gente no entendía lo que les decíamos y no nos hicieron mucho caso”. Menos mal para ellos que se dieron de bruces con un par de tiendas de ciudadanos marroquíes “que nos dieron algo de dinero”. Con esa ayuda llegaron en autobús a Madrid. Una vez en la capital, Chafik decidió seguir su aventura en solitario e irse a Bilbao. Pasó por un centro de menores en Amorebieta (Vizcaya) y después por otro situado en el barrio bilbaíno de Zurbaranbarri. Jon, uno de sus educadores, fue quien hizo que se interesara por el rugby. “Me enseñaba fotos de cuando él jugaba e insistió mucho para que probara”.

Y lo hizo. Un buen día se presentó en el campo de El Fango, donde entrena el Universitario Bilbao Rugby. “Aquello me enganchó”, asevera. Ahora juega con el quipo de Liga Vasca como segunda línea. Por fin, se siente feliz. “No tengo palabras para agradecer todo lo que el club y mis compañeros han hecho por mí desde que llegué porque hacen que muchas veces me sienta como si estuviera en mi pequeño pueblo de Marruecos”. Su felicidad pasa también por los recientes triunfos de su selección en el Mundial de Qatar frente a Bélgica, España y Portugal. “Fue algo increíble y todos salimos a la calle para celebrarlo”, recuerda. En el barrio bilbaíno de San Francisco se vivió una fiesta futbolera como se no se había visto antes desde los éxitos ligueros del Athletic. Mientras, cuenta las horas para volver en Nochebuena a su pueblo para pasar unos días con su familia a la que hace meses que no ve.

De Nador a Ordizia

Su compatriota Mohamed Amine el Aamrani tenía también muy claro que la vida en Nador (Marruecos), una ciudad situada a tan solo 16 kilómetros está Melilla, no iba a ser nada sencilla para un adolescente. Arriesgarse a saltar la valla ubicada en la ciudad fronteriza o a embarcarse en una patera era siempre una aventura con un final incierto. Pese a todo, la idea de emigrar le rondaba la cabeza un día sí y otro también. El premio no era otro que encontrar un lugar con más calidad de vida. Para ello, muchos jóvenes de su entorno están dispuestos a pagar un alto precio. Él era uno de esos chicos que, sin llegar a la mayoría de edad, decidió apostarlo todo. Tuvo más suerte que otros que perecieron en alta mar o en la misma valla. Lo puede contar. A sus 21 años ha encontrado en su equipo de rugby del Ordizia un lugar “que me ayuda a olvidar todos los problemas gracias al estupendo ambiente que hay y a concentrarme en las cosas que realmente importan”.

Mohamed Amine el Aamrani vivió su infancia junto a sus padres, un hermano mayor y una hermana más pequeña que él. Ya desde los siete años salía a pescar en un barco con su padre mientras estudiaba. Era su forma de ayudar a la familia. Con 17 años tomó la decisión más importante de su vida hasta ahora: salir de Marruecos. “No había más opciones porque allí tienes todas las puertas cerradas”. Se lo comentó a sus padres y no pusieron ningún reparo. “Lo tuvieron que aceptar”, recuerda. Sabían que muchos jóvenes de la edad de su hijo habían tomado el mismo camino. Sobre su forma de llegar a España prefiere no comentar ni recordar nada. “De esa pregunta pasamos”, dice.

El caso es que sin cumplir los 18 años llegó en una patera a Almería sin hablar apenas español. Su lengua materna, como la de la mayoría de los habitantes de Nador, es el rifeño, aunque también chapurreaba algo de árabe y francés. Una vez en suelo español un amigo le fue a buscar en coche y le llevó a Barcelona donde le comentaron que las mejores oportunidades de prosperar para un chaval de su edad estaban en San Sebastián. No lo dudó, y un bien día se plantó en el País Vasco con lo puesto. “Me presenté en una comisaría de la policía local y de allí me llevaron a un centro de menores”.

Duró poco en el centro porque unos días después le trasladaron a otro en Segura, a solo 11 kilómetros de Ordizia. Fue allí donde un educador, canterano del Ordizia, vio que aquel chaval de 188 centímetros y 123 kilos tenía cuerpo de pilier y que había que aprovecharlo. “No tenía ni idea de los que era el rugby, así que me apunté por probar y estoy supercontento por la oportunidad que me dieron”. Una vez cumplida la mayoría de edad le llevaron a un piso de emancipación en Beasain con otros cinco marroquíes. Decidió no quedarse de brazos cruzados. Cualquier oportunidad de prosperar pasaba por aprovechar el tiempo. Eso le llevó a realizar un curso de soldador y gracias a ello ahora se gana la vida en una empresa de Urretxu.

Cuando comenzó a entrenar con los juveniles del Ordizia era el único extranjero del equipo. “Al principio no te conocen, pero con el tiempo me fui ganando su confianza y ahora me llevo superbién con todos”. De juveniles pasó al equipo M23. En su primer año debutó en División de Honor frente al Aparejadores de Burgos en la ciudad castellanoleonesa de la mando de su entrenador Iñigo Marotias. Era la temporada 2019-20. Fueron solo “tres o cuatro minutos”. No tenía miedo, pero sí estaba algo nervioso en el banquillo “hasta que saltas al campo y cambias de chip”. En su primera melé los contrarios consiguieron derrumbar el agrupamiento y el pilier que tenía enfrente, al verle tan joven, trató de intimidarle “pegando gritos a muy corta distancia de mi cara”.

La temporada siguiente el destino quiso que el mismo pilier, que había fichado por Alcobendas, acudiera al campo de Altamira. Mohamed salió cuando quedaban escasos minutos. En la primera melé logró que la primera línea contraria se viniera abajo. De repente de acordó de aquel tipo que un año antes trató de amedrentarle en su debut y le lanzó un grito desafiante para decirle que uno de Marruecos había clavado los tacos de sus botas en el césped y que no iba a retroceder. Con estos datos, los buenos aficionados al rugby ya habrán adivinado que el pilier no era otro que el ínclito y denostado ahora Gavin van den Berg.

Esta temporada Mohamed solo lleva tres partidos disputados porque ha tenido una lesión de tobillo que le ha tenido KO las primeras jornadas. Si a nivel deportivo las cosas le marchan viento en popa, a nivel personal tampoco le van mal pese a que su madre ha estado hospitalizada en España y eso le ha tenido algo preocupado. Mantiene contacto con sus padres a quienes envía fotos con frecuencia y gracias a que ya tiene los papeles en regla el pasado mes de agosto pudo ir a visitarlos. La lejanía del hogar materno no le ha apartado de sus ideas religiosas. Al contrario, sigue firme en sus convicciones porque el hecho de ser musulmán hace que reniegue de tomar cervezas o cualquier otra bebida alcohólica en los terceros tiempos con sus compañeros. De Euskadi le gusta la comida, “sobre todo los pinchos”, y lo que no soporta “es que aquí haga tanto frío y la lluvia”.

Titi, el precedente

En España hay casos también de subsaharianos que con experiencia en el rugby tomaron en su día la decisión de saltar la valla con la esperanza de fichar por algún club. Tal vez el caso de Thierry Futeu sea el más conocido porque ha llegado a disputar más de una decena de partidos con la selección. Y eso que en el Ministerio de Justicia tienen olvidado en algún cajón su petición para obtener la nacionalidad española. Para otros deportistas se optó por concedérsela vía carta de naturaleza, claro que eran atletas con aspiraciones a ganar medallas, baloncestistas para cubrir la baja de un jugador en un campeonato del mundo o futbolistas. Las solicitudes de los jugadores de rugby deben de estar en otra carpeta sin el sello de “urgente”.

El primero en saltar la valla, o de atravesarla, fue su compatriota camerunés Yves Kepse. En 2012 abandonó su casa de Banganté. Durante dos años estuvo vagando y malviviendo por Nigeria, Níger, Argelia, Mauritania y Marruecos. Demasiadas malas experiencias para un joven de 21 años. Pasó por las filas del Rugby Club Valencia y del CRAT coruñés para asentarse en Francia. Futeu tuvo un periplo de solo mes y medio recorriendo varios países hasta llegar a Melilla. A la tercera fue la vencida para saltar la valla y pisar suelo español. Su compromiso con la selección es inquebrantable. Si su equipo le da permiso acude cada vez que le llaman. No se olvida de quienes tanto le ayudaron cuando vino a Madrid.

En Sevilla existe incluso un equipo de la Liga Regional Andaluza, el CR San Jerónimo, a raíz de un convenio firmado hace tres años con la Fundación SAMU, se encarga de formar a chavales que residen en centros habilitados para Niños, Niñas y Adolescentes migrantes no acompañados (NNAMNA). Han conseguido formar su propio equipo formado por adolecentes que en su día llegaron a España de países africanos como Marruecos, Senegal, Camerún. Pernoctan en los centros de Fuentequintillo, Polancos o Valencina, todos ellos en la provincia de Sevilla, y sus compañeros acuden a los partidos para animarles. En lo extradeportivo, los educadores han comprobado que gracias a rugby, el nivel de conflictividad de estos jóvenes se ha reducido de forma considerable y que, al mismo tiempo, ha aumentado su fluidez a la hora de hablar castellano lo que a corto y medio plazo puede favorecer su integración.