“No sé si llevo diez ochomiles o me quedan cuatro”, comentaba entre risas ayer Martín Ramos en la discreta recepción que tuvo en el Ayuntamiento de Zamora donde explicó varios de los detalles de su subida a el Manaslu y abrió la puerta a posibles nuevos desafíos.

Manuel Alesander hizo de anfitrión del escalador zamorano en el acto llevado a cabo en el consistorio. Una reunión con la prensa en la que “el referente de todos aquellos que practican en el rocódromo”, como bien señaló el concejal de Deportes, desgranó los pormenores que conformaron una aventura “de lo más especial” para Ramos.

El laureado montañero, tras agradecer su apoyo “imprescindible en una empresa tan grande y complicada como escalar un ochomil” tanto al Ayuntamiento de Zamora (“que siempre estará ahí”, según apuntó Alesander) como a Caja Rural, Panaderías El Viso, los desguaces Autorrecicla y Óptica Mira, no dudó en asegurar que “si en junio llegan a decir que iba a a estar en la cumbre del Manaslu el 28 de septiembre” no lo hubiera creído. Porque, antes del verano, no había planes de ir a Nepal.

“Ha sido una expedición que, por las circunstancias de la pandemia, se ha llevado a cabo de forma muy rápida”, reconoció Martín Ramos, afirmando que uno de los puntos claves para la aventura fue “no contar con la restricción de hacer cuarentena de diez días al llegar” porque eso hubiera dinamitado cualquier plan debido a la falta de tiempo para buscar el objetivo.

Un reto que nació de su relación con Jorge Egocheaga, compañero en otras grandes citas, que “necesitaba salir después de los dos últimos años en el hospital” donde trabaja. Todo un desafío al que no se enfrentaban juntos desde hace siete años, tiempo que no ha hecho mella en sus capacidades. “Aún estamos en condiciones de asumir un ochomil”, apuntó el zamorano, señalando que el reto para una nueva expedición a otra de las cimas del planeta está ahí. “Es lo que más me gusta”, confesó.

Para Ramos, el Manaslu ha sido “muy especial” por diversos motivos y reconoce haber sentido “una gran alegría” cuando llegó al campo base, pues “una montaña se escala cuando uno baja de la cumbre”. “Ha sido diferente y muy especial. La verdad, cuando hicimos cumbre no sé en qué pensaba o si pensaba. Estaba muy contento pero a esas alturas, no se si se piensa. Es una sensación difícil de describir”, afirmó, detallando que el momento álgido de la aventura fue “algo antes” cuando “después de doce hora de ascensión, entre una niebla en la que apenas se veía dos pasos, se divisó la cumbre”. “Preguntábamos cuanto quedaba para hacer cima y nos desanimamos al oír que restaban dos o tres horas... era una niebla cerrada y pensamos en darnos la vuelta. Poco después se hizo un día claro, azul, y vimos que no quedaba tanto. Lo teníamos ahí e íbamos a hacer cumbre. Sentí una gran alegría porque, quince minutos antes, estuvimos cerca de darnos la vuelta”, relató.