Messi está harto, o triste, o aburrido, o cansado, o decepcionado. Pero muchos aficionados, hasta los más messiófilos como un servidor, también están hartos, o tristes, o aburridos, o cansados, o decepcionados. Parece que el futbolista del Barça (porque Messi es un futbolista del Barça, nada más que eso) ha ordenado parar las negociaciones para renovar su contrato, que expira en 2023. Qué pereza. Ni siquiera es ya un problema de dinero, porque el hecho de que un tipo gane tantísimos millones con un trabajo que nada tiene que ver con ese prodigio que garantiza el suministro de patatas en las despensas y agua caliente en las duchas no es nada nuevo. El sofista Gorgias, por ejemplo, que enseñaba el arte de la oratoria en el siglo IV a. C., pedía a cada uno de sus estudiantes un pago de diez mil dracmas por un solo curso de retórica. Y diez mil dracmas equivalían, como apunta la poetisa y profesora de literatura clásica Anne Carson, aproximadamente a veintiocho años de trabajo para un jornalero remunerado a razón de un dracma al día. ¿Es el fútbol una actividad muy diferente a la retórica? Puede que no. Por eso Messi cobra por un partido diez mil dracmas. Así de raro e injusto es el mundo, amigo jornalero.

Que Gorgias y Messi ganen mucho dinero enseñando retórica y marcando goles son cosas de la sofística del siglo IV a C. y del fútbol del siglo XXI. Hasta podemos entender que, según cuentan, Gorgias se permitiera encargar una estatua de oro de sí mismo que consagró como ofrenda al santuario de Delfos, o que Messi coleccione coches carísimos que no conduce.

Lo que repugna al entendimiento de los futboleros es que Messi ponga cara de niño enfadado cada vez que las cosas no salen a su gusto y amenace con largarse con la pelota debajo del brazo si en el patio del colegio no se hace lo que él dice. ¿Messi quiere ganar títulos? De acuerdo. Pero fuera del Barça hace mucho frío para jugadores como Messi. ¿Adónde iría Messi para jugar sus últimos años como maestro de retórica futbolística? ¿Al Real Madrid? No lo creo. ¿Al Liverpool? ¿Al Bayern de Múnich? ¿A la Juve? ¿Al París Saint-Germain? Mmmmmmmmm. Lo dudo, lo dudo, lo dudo. ¿No será que Messi no tiene ganas de abandonar el Barça, pero quiere que el club fiche a un puñado de jugadores que no se queden en Coutinho, Dembélé o Griezmann? Salvando las enormes distancias, diría que hay cierto aire de familia entre el parón de la renovación de Messi con el Barça y el parón de las negociaciones de Carmen Cervera con el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.

Messi puede hacer mucho daño al Barça si decide hacer las maletas, y Carmen Cervera hace mucho daño al Museo permitiendo la salida con nocturnidad de "Mata Mua", la obra maestra de Paul Gauguin. Messi y Carmen Cervera tienen al Barça y al Ministerio de Cultura en sus manos, pero ni en fútbol el talento se basta a sí mismo ni en el mundo del arte una colección maravillosa está por encima de la realidad. Manuel Vicent pide que nos imaginemos qué sería del Museo Thyssen-Bornemisza si en lugar de estar donde está, en un palacio remodelado a su antojo, amparado por la sombra protectora del Prado y a unos pasos del Reina Sofía se hallara situado en Cuatro Caminos, en Vallecas o incluso en cualquier calle del barrio de Salamanca de Madrid valiéndose solo por sí mismo. Sin duda, concluye Vicent, el valor e impacto social del Museo quedarían reducidos a menos de la mitad. ¿No ocurre lo mismo con Messi? ¿Si el grandioso futbolista argentino no jugara donde juega, en un club remodelado a su antojo y amparado por la sombra protectora de un equipo diseñado para acompañar como se merece el mejor jugador del mundo, y se hallara en el Espanyol, en el Atlético de Madrid o incluso en el Real Madrid, no quedaría su valor e impacto futbolístico reducido a menos de la mitad? Messi puede aspirar a ganar tanto dinero como el sofista Gorgias, pero debería dejar de imitar a Carmen Cervera porque el Barça no es el Thyssen y, a diferencia de las grandes obras de arte, los años pasan y pesan hasta para un futbolista que se cree "Mata Mua".