"¿Qué tiempo has hecho? Te voy a ganar. Seguro". Con el mejor contrato de su vida en el bolsillo, entre la nieve dolomítica de Madonna di Campiglio y cuando las copas de champán ya bailaban en el soleado mediodía de la estación invernal, Fernando Alonso solo pensaba en ganar aquella competición de esquí entre los invitados de Ferrari, su entonces nuevo equipo. No era bueno bajando, nada técnico, pero sí el más valiente, casi temerario. La cosa iba de ganar, el resto daba igual. Compite así a diario. También en ese 2010, en Montreal, lo hacía sin miedo a ir con pierna fuerte camuflado en una pachanga de fútbol entre italianos y españoles en vísperas de carrera. O en esos partidos eternos de tenis en Melbourne; o en los de baloncesto, codos a pasear contra el amigo y el pitido final cuando Fernando voltea el marcador; con la bici en la carretera; con el kart en su pista de La Morgal, donde sea, Fernando Alonso encuentra el reto. En la Fórmula 1 se le quedó en el tintero el tercer título, solía hablar de ello antes de dejarlo, que los grandes tenían tres. En su aparte de dos años compitió y ganó en la élite (Daytona, Le Mans, Mundial de Resistencia) pero la F1 seguía ahí, latente. Alonso quiere ganar, ganar y volver a ganar, como decía Luis Aragonés. Se fue porque se cansó de no optar a la purpurina de podio, con monturas limitadas. En Renault no le espera un auto de entrada victorioso. La primera vez que corrió con ellos, en 2003, creció hasta el infinito junto al equipo. Ahora quiere algo parecido, con la ventana de ilusión en el nuevo reglamento para 2022, una F1 más igualada, con límite de gasto, carreras menos previsibles, motores y coches nuevos, todos a cero en la parrilla de salida. Ya debía ser para 2021, cuando el asturiano marcó la vuelta, pero la crisis retrasa un año los cambios. Ya le da igual. Ya tiene el veneno dentro. Y solo piensa en ganar.