Las futbolistas han convocado una huelga para pedir, entre otras cosas, un salario mínimo y un convenio colectivo que las ampare una reivindicación que parece salida del siglo XIX pero que plantean en pleno siglo XXI.

Es la última demanda expresada en voz alta por las deportistas españolas de élite, apoyada por representantes de las anteriores generaciones que sufrieron la desatención y la falta de reconocimiento mientras sentaban, en silencio, las bases del actual boom del deporte femenino.

La convocatoria de huelga de las futbolistas sirve como foco para iluminar la realidad, aún imperfecta, de este sector, que por encima de sus condiciones actuales de trabajo, piensa en lo que será el día después.

Con 32 años, Paloma Zancajo, portera internacional de balonmano, decidió retirarse. Era 1996 y "no se cobraba absolutamente nada, aunque jugaras en división de honor. Como máximo", recordó, "si ibas con la selección se pagaban unas dietas mínimas".

"Tuve que empezar de cero. No tenía ni estudios ni trabajo". Paloma había dedicado toda su vida al deporte, había sacrificado los estudios y su formación por rendir al máximo en lo deportivo: "Resultó un lastre pero me lo exigieron para estar en la élite".

Ese mismo año, la judoca Miriam Blasco, primera campeona olímpica española gracias a su oro en Barcelona'92, se sentaba en el banquillo como entrenadora del equipo nacional que competía en los Juegos de Atlanta. Sus pupilas consiguieron sendos bronces: "Veía cómo la gente quería estudiar y era muy difícil, había instituciones deportivas que si estudiabas te quitaban la beca porque asumían que no priorizabas".

Cuatro años después, en el 2000, Blasco recogía su acta de senadora con una misión clara: "Quería mejorar la situación de los atletas. En España, el deportista al final su vida deportiva era un juguete roto".

Después de muchas discusiones, Blasco consiguió poner en pie en el Senado la Comisión Especial sobre la situación de los deportistas al finalizar su vida carrera deportiva. De allí salió el Programa de Atención al Deportista (PROAD) en el 2009, un sistema de ayudas y de seguimiento a los atletas que depende del Consejo Superior de Deportes (CSD). "Me costó muchas peleas, en el Senado no les gustaba la idea, no lo entendían", admitió Blanco.

Hoy en día los deportistas de élite cuentan con "asesores que ayudan, orientan y están pendientes de ellos". Además, la percepción social del deportista es otra: "Ha cambiado mucho. Se ve como algo con mucho valor".

Tanto Blasco como Zancajo están de acuerdo en que "el PROAD ha ayudado y ayuda pero tiene que ir más allá", ya que deja fuera a los deportistas que no llegan a la élite."Nunca se ha pensado en hacer una carrera dual, compaginar los estudios y el deporte" dice Zancajo.

María José Rienda, secretaria de estado para el Deporte y exesquiadora de élite, vivió de primera mano la gestación del PROAD y ya ha dado los primeros pasos para mejorarlocon la firma en octubre de un protocolo para que los atletas puedan compatibilizar su vida académica y deportiva. En España, según el CSD, existen 4.700 deportistas de élite que podrán disfrutar de esta iniciativa que "mejora el binomio deporte y universidad".

Pero también hay que insistir en la visibilidad, un aspecto que recalcó Lydia Valentín, medalla de oro en halterofilia en Londres 2012, en el I Foro a Tokio en la idea de que "si no hay ningún medio presente, es como si no existiera el premio". Una sensación que vivió en su día Mariola Rus, campeona de Europa con España en 1995 aunque "nadio lo supo". La reclamación de las futbolistas es solo un paso más en el camino natural de la mejora en un deporte femenino en auge pero lejos de vivir en este siglo.