Se encienden las luces, se hace el silencio, el tiempo pasa inexorablemente despacio. Tras un biombo respiran nerviosas, esperando el momento de mostrar todo el trabajo que hay detrás. Antes, de forma ritual, unas a otras, se han peinado y pintado en un espacio que es sagrado para todas las gimnastas. Los maillots que tanto trabajo han costado están perfectos para la competición y las punteras son el último toque para salir. En la mano un aro, una maza, una cinta, la cuerda o la pelota. Por delante dos minutos y medio de máxima concentración, de disfrute, de pasión. La vida en 150 segundos.

Es 2019 y por una esquina del tapiz aparece Paula Sánchez. En su cabeza sigue siendo la misma niña diminuta que salió a competir en 2002. Recuerda como miraba alrededor y sólo veía público expectante. Hay nervios. Los mismos que tenía en su primer día. El mismo que tenían sus compañeras, enfrentándose a su primer Nacional. Empieza el ejercicio y solo puede disfrutar recordando todas las alegrías que le ha dado la rítmica. Lo hace casi de forma autómata. La cinta y las mazas que lleva se transforman por momentos en el resto de aparatos que han acompañado su vida deportiva. Mientras hace un giro "grand ecart" se acuerda de 2009 y el séptimo puesto en el Campeonato de España. Lleva un maillot de gasa negra con swarovskis, el mismo que en 2013 le llevó a estar entre las ocho mejores de España con su aro.

Suena "Never Enough", la banda sonora de la película "El Gran Showman" y en el tapiz esperan con sus mazas Ankara Martín, Lucía Puente y Beatriz Amigo. Miradas cómplices entre ellas. Están preparadas para hacerlo de 10. A su lado, con los aros, dispuestas a realizar la primera colaboración del ejercicio, María García y Elena Antúnez. Se para la música y las cinco gimnastas se juntan, cogen aire mientras se oye una bocanada de aire. Fuera los nervios, hoy solo vale disfrutar. Zaragoza es solo una parada más en un largo camino de entrenamientos en el Pabellón Azul de la Ciudad Deportiva. Las mazas pasan de mano en mano como si hubiera un cable invisible. Se conocen, no necesitan mirarse. Lo que primero fueron compañeras de deporte ha desembocado en una amistad irrompible. Nada puede salir mal.

El ejercicio empieza a tocar a su fin, un ejercicio de más de 10 años de aprendizaje. María Palacios, Sol Villar, Esther López, Irene Hernández y Ankara Martín se mueven al ritmo del violín y las mazas bailan por el aire. Nadie lo sospecha pero ellas han entrado al tapiz hechas un manojo de nervios. Saben que es su último día juntas sobre él: "Colgaremos las punteras pisando fuerte". Les queda toda una vida juntas fuera.

En todo momento, en una esquina, en silencio, pasando los nervios por dentro, intentando empujar cuando faltaban unos centímetros, siendo siempre ese apoyo necesario en los peores momentos y la primera persona en llegar para celebrar las alegrías. Allí siempre está Esther Chimeno quien ha visto crecer a sus niñas hasta tener que dejarlas volar a la vida. También Eva Juan y Marta Barroso han sido esa figura invisible para los de fuera pero de vital importancia para ellas.

Silencio. La respiración agitada. Unas décimas de tensión antes de que suenen los aplausos. Los últimos aplausos. Ha sonado la última nota para once gimnastas del Rítmica Mapecca, para once amigas. Las lágrimas son inevitables, incluso cuando muchas no sabían si iba a ser su último campeonato. El llanto, a veces desconsolado, deja paso a las sonrisas. Es la forma de dejar atrás toda la tensión de un ejercicio, de una vida entera dedicada al deporte. Abrazos. Entre compañeras, entre entrenadoras, entre familiares. Se apagan las luces y detrás queda el eco de la música, de los aparatos que se cayeron, del dolor por las lesiones. El pelo queda suelto y en una mochila se guardan los maillots y las punteras. Esta vez las han guardado por última vez. Ha llegado el día de decir adiós a una vida que han vivido en 150 segundos.