El mundo del fútbol zamorano se levantó ayer con la triste noticia del fallecimiento de Antonio de Ávila, el que fuera presidente del Zamora CF entre 1994 y 1998 y principal artífice de recuperar a un club que se encontraba al borde de la desaparición y llevarlo hasta el ansiado ascenso a Segunda División B en 1997. La muerte del exmandatario rojiblanco a los 90 años de edad se produjo durante la madrugada del sábado al domingo. El funeral ha sido programado para la mañana de hoy, a las 11.00 horas, en la iglesia parroquial de San Torcuato.

La de Antonio de Ávila es una historia de amor por unos colores, de sacrificio y de audacia. Pocos hubieran levantado la mano y se habrían atrevido a decir "yo me hago cargo de ello", cuando "ello" era el Zamora CF dando lo que parecían los últimos estertores de una vida plagada de complicaciones, pero también emociones, éxitos y pasión por un escudo, una ciudad y un sentimiento.

Corría el verano de 1994, el mes de julio para ser exactos, en plena canícula estival el club rojiblanco vivía un cisma en forma de deuda impagable que amenazaba seriamente con echar al traste más de 25 años de historia rojiblanca. "La 93-94 había sido una de las temporadas más negativas y catastróficas de siempre: resultó muy turbulenta en lo directivo, nefasta en lo económico y enormemente decepcionante en lo deportivo", relatan Lorenzo y Fradejas en "Historia de una Ilusión", el libro con el que se conmemoraron los 40 años de historia (1968-2008) del club zamorano. En esta espiral de autodestrucción que se encontraba sumida la institución, el presidente Juan José Esteban -cargo que ocupó tras la renuncia de Julián Prieto a mediados del curso deportivo- ni siquiera pudo llegar al plazo que se había propuesto para solventar la situación del Zamora CF. El club no tenía ni para balones, como coloquial y amargamente se decía por aquella época, y jugadores y socios forzaron su salida.

Tras un brevísimo periodo en el que una comisión gestora, integrada inopinadamente por el reciente presidente saliente, se hizo cargo del club, el socio Antonio de Ávila decidió dar el paso de hacerse cargo de una organización que parecía tener los días contados: la deuda, de algo más de 15 millones de pesetas (unos 90.000 euros de la época), tampoco era una cifra excesivamente elevada para la época, pero de donde no había no se podía sacar. La situación era tal que la institución deportiva llegó a sufrir embargos por cantidades tan irrisorias como 200 pesetas (1,2 euros actuales). Y en esas, Antonio de Ávila, junto a Luis Maíllo -único miembro de su directiva cuando decidió lanzar este órdago- decide ponerse a los mandos de un club por el que nadie daba un duro (literalmente).

"Lo que hice fue una quijotada. No podía dejar que se muriera el club más representativo de mi ciudad", en estos términos definía el fallecido expresidente su decisión. José Antonio Casas (sucesor de Antonio desde el 98 hasta el 2010 y miembro de la junta directiva de este durante los casi cuatro años que duró su presidencia), visiblemente apenado por la noticia de la muerte del exmandatario rojiblanco, declara a este periódico que lo que hizo Antonio en 1994 fue "un acto de valentía y que le honra como lo que fue: un zamorano de pro, defensor de Zamora y el zamoranismo".

Antonio de Ávila, junto con su junta directiva, realizó durante los dos primeros años al frente de las finanzas del club un trasunto de economía de guerra que les permitió sobrevivir sin dejar de competir en Tercera División, categoría en la que jugaba el Zamora CF por aquella época. Una estrategia financiera que tendría su punto de inflexión en febrero de 1996, cuando el club consiguió entrar en el Plan de Saneamiento de la LFP, estatus que le permitiría recibir 106 millones de pesetas en los cinco años venideros.

Resuelto el aspecto económico, el club pudo ponerse a trabajar más en serio en la cuestión deportiva. El mayor logro de la presidencia de Antonio de Ávila fue conseguir el ansiado ascenso a Segunda División B en la temporada 96-97 (curiosamente se produjo durante el único curso de toda su historia en el que el equipo tuvo cuatro entrenadores). Lamentablemente, en la siguiente temporada (97-98) el conjunto no pudo mantener la categoría y cayó de nuevo en el abismo de la Tercera División. Una situación que repercutió en una directiva que ya empezaba a resquebrajarse y que finalmente acabaría con el mandato de Antonio de Ávila y la sucesión en el cargo de José Antonio Casas, única candidatura a la presidencia.

El propio Casas define la figura y la presidencia de Antonio de Ávila como "sensata y ejemplar". Este Quijote rojiblanco, que peleó contra los gigantes de una deuda que parecía insalvable, se marcha con la cabeza bien alta y con el orgullo de no haber dejado caer a un club que es el sentimiento y la pasión de toda una ciudad.