No sé cuántas horas de mi vida habré empleado viendo jugar a los niños al fútbol. Muchas. Si Albert Camus decía que todo lo que sabía de la moral y de las obligaciones de los hombres se lo debía al fútbol, yo debo decir que todo lo que sé de fútbol (no lo suficiente, eso sí, como para haberme hecho rico jugando a la quiniela o hacer predicciones que me dieran prestigio ante mis amigos futboleros) lo aprendí viendo jugar a los niños en los patios de los colegios, en los parques o en la playa. Y es que el fútbol de patio de colegio es un microcosmos que reúne las mismas características que podemos encontrar en el macrocosmos de la Liga, la Premier o la Bundesliga. ¿Han observado el método que utilizan los niños para formar dos equipos? No es muy diferente que el método que emplean Lopetegui o Valverde. Los últimos en llegar, por ejemplo, son los últimos en ser escogidos. Es así. Supongo que Arturo Vidal o Vinícius Júnior se perdieron esa lección. Sobre todo Arturo Vidal. Por eso el futbolista chileno está siempre cabreado.

Cuando en un equipo de niños hay un Messi, todos los balones son para Messi. Es así. En un equipo de niños, los que juegan como defensas a veces intentan llegar hasta el área contraria para probar el dulce sabor de rondar la portería rival y, quizás, marcar un gol; pero enseguida alguien les dará un buen grito y retrocederán, refunfuñando un poquito, hasta su lugar en la defensa. Es así. En los patios de los colegios, hay más niños que quieren jugar que plazas en el equipo, así que tendrán que turnarse, entrar y salir, pero los tiempos nunca se reparten de forma matemáticamente equitativa porque el fútbol no es democrático, así que Pepito jugará más que Jorgito y Jorgito tendrá que aguantarse. Es así. Si un niño se lesiona y queda tumbado en el suelo, el partido se detendrá dependiendo no de la posible gravedad de la lesión, sino de la categoría del lesionado. Es así. El portero es in-to-ca-ble, porque para eso es el portero. Es así. Si hay mucho público en el patio, el parque o la playa, los niños juegan de forma diferente. Ni mejor, ni peor. Sólo diferente. Es así. Quiero decir con todo esto que, a ver, no hay que volverse locos con el macrocosmos futbolero. Después de todo, las vacas diseñaron Boston.

Dicen que, en efecto, las sinuosas calles de la ciudad de Boston no son más que el resultado de pavimentar los caminos diseñados mucho antes por las vacas. El ensayista Ralph Waldo Emerson (nacido precisamente en Boston) agradecía a las vacas que abrieran el mejor camino entre matorrales y colinas, y aseguraba que un camino de búfalos constituye con seguridad el paso más fácil posible a través de una cresta. Si Boston debe su red callejera a las vacas, y muchos paseantes deben sus caminos y rutas tanto a las vacas como a los búfalos, no estaría mal que agradeciéramos al microcosmos del fútbol infantil todo lo que sabemos del macrocosmos del fútbol magaultrasuperprofesional. El fútbol es tan sinuoso como las calles de Boston, pero tiene su lógica. La lógica de las vacas, que es una lógica infalible cuando se trata de ir de un punto a otro. ¿Quieren entender una rueda de prensa de Valverde? Escuchen a los niños después de un partido en el recreo, mientras se dirigen a clase de matemáticas o de lengua. ¿Quieren comprender la alegría de André Silva después de marcar un gol? Siéntense en un parque y vean lo que ocurre cuando un mocoso consigue meter la pelota entre dos bultos de ropa que forman la portería. ¿Quieren saber qué se siente al ganar la Liga de Campeones? No hace falta que saquen una entrada para la final de esta temporada en el estadio Metropolitano. Den un paseo por la playa, con marea baja, a principios del verano. ¿Ven esa montaña de niños llenos de arena? Son campeones de Europa.

No nos volvamos locos con el fútbol. A fin de cuentas, las calles de Boston fueron diseñadas por las vacas, y debajo de la Liga de Campeones está la playa.