A Valverde, ya desde chaval cuando ganó la Copa de España de aficionados en el Memorial Camacho de Lugo de Llanera, siempre se le temía porque sus piernas eran pura dinamita y 17 temporadas después de profesional sigue siendo admirado por eso. Y encima ayer logró el gran título soñado después de lograr antes seis medallas (plata y bronce). Hasta hace dos años a Alejandro se le tildaba de "matao" tácticamente porque ganaba las carreras arrollando, pero perdía otras por esperar que le llevaran a rueda hasta la pancarta de meta.

Últimamente es el espejo del buen estratega, como lo demostró ayer, sabiendo estar al lado de los mejores en esas rampas finales -está entrenado de subir otras similares en Lagos, Angliru o Cuitu Negru- y luego saber dirigir al trío en el descenso hasta ver la meta para lanzar incluso un sprint arriesgado, al ser muy largo. Pero después de esperar tantos años por el título que le faltaba es lógico que la ansiedad le pudiera aunque felizmente ni Bardet ni Woods le pudieron remontar.

Sus gritos y lágrimas de alegría al pasar la meta y abrazarse con su masajista asturiano Tato Bernardino se entienden después de tanta espera. Seguro que ayer Samuel Sánchez se alegró casi tanto como él porque el ovetense no olvida cuando le trabajó en el Mundial de Salzburgo y Alejandro falló -fue tercero- y Samu, cuarto, cuando tenía mejores piernas.

También este Mundial se debe mucho al trabajo de diez que hizo la Selección Española bajo la gran dirección de un técnico férreo como Mínguez que logró unir a todo el grupo y sin errores. Claro que también Francia e Italia trabajaron muy bien para sus jefes de fila, pero luego en las duras rampas finales les fallaron las piernas a los Alanphilippe, Yates, Moscón, Pinot, Pozzovivo, etc. Valverde aguantó y mandó en las embestidas finales. A Alejandro sólo se le resiste el Tour.