Entre la metedura de pata de Nacho en el minuto 2 y la de Piqué en el 87, la selección española fue claramente mejor que la portuguesa por juego, oportunidades y control del partido. Tuvo más el balón, remató más veces a puerta e impuso su estilo. La victoria se le escapó por cuestión de detalles, de esos dos errores individuales y, sobre todo, de la "cantada" de De Gea en el segundo gol. Por supuesto, también tuvo mucho que ver que Portugal, muy escaso de fútbol, cuente con un depredador como Cristiano Ronaldo: tres remates a puerta, tres goles. Pero, aún admitiendo que hay aspectos del juego colectivo a mejorar, sobre todo en defensa, la carta de presentación de La Roja en el Mundial fue satisfactoria: por la mochila con que cargaron los jugadores tras lo ocurrido en los días previos y también por todos los reveses que debieron de superar durante los 90 minutos. Ocho años después del inicio de su edad de oro da la impresión de que el estilo español está tan asentado que, se siente quien se siente en el banquillo, el equipo avanza con el piloto automático.

Lo primero, querer. El penalti y el rápido gol de Cristiano puso a prueba la moral y la actitud de los jugadores españoles. La superaron con nota. La actitud fue intachable. La selección reaccionó con fútbol, el de siempre, pero también con garra. Los elegidos por Hierro no sólo se dedicaron a buscar la puerta contraria con su juego de toque. También apretaron en la salida de balón de Portugal, que no encontró otro recurso que el balón largo hacia los dos delanteros. Incluso esas ganas de remontar llevaron a la Roja a cometer alguna precipitación que pudo costar cara. Se vio tras dos saques de esquina a favor que acabaron convirtiéndose en contragolpes en superioridad numérica de los portugueses. Pero incluso de eso se pueden sacar conclusiones positivas, por el empeño en remediar la situación. El cruce in extremis de Jordi Alba ante Guedes, cuando iba a rematar en inmejorable posición, es la mejor prueba de ello.

Lo segundo, saber. Una vez que estaba clara la voluntad de ir a por el partido era importante saber el cómo. Aunque el primer gol llegó después de un envío largo de Busquets hacia Diego Costa y el segundo en una jugada de estrategia, España fue un equipo reconocible. Bajó el balón al césped y, gracias a su batería de centrocampistas, empezó a dar pasos para superar a Portugal con su fútbol de toque y posesión. Y lo hizo incluso en una tarde gris de Iniesta, que cometió errores poco habituales en él y no pudo liderar los ataques de España. Sí lo hizo Silva y, sobre todo, Isco, un dolor de cabeza para Portugal por sus movimientos por una zona muy amplia del campo y su técnica individual. Para acabar de desnivelar la balanza también fue importante un reajuste táctico con la posición de Koke. Al jugador del Atlético de Madrid se le vio incómodo en los primeros minutos, solapando su posición muchas veces con la de Busquets. En cuanto dio unos pasos adelante, metiéndose entre líneas, descongestionó el juego de España y fue un aliado de la batería de mediaspuntas. Koke fue a más y completó un gran segundo tiempo, tanto en el aspecto ofensivo como en el defensivo. Y demostró que es compatible con Thiago, aunque en los días previos se especulase con que la duda de Lopetegui, y después de Hierro, residiera en escoger entre uno y otro para acompañar a Busquets. Thiago se vio obligado esta temporada a jugar más retrasado en el Bayern, y alguna vez en la selección, pero sus veinte minutos del viernes demostraron que brilla más cerca del área contraria. Sin Iniesta, y con algunos compañeros notando el cansancio, Thiago se ofreció para dormir el partido y negarle el balón a Portugal con largas posesiones, además de aprovechar los huecos que dejaban los rivales en defensa.

Y, finalmente, poder. Conocida la capacidad de España para generar fútbol, los últimos amistosos pre-Mundial aumentaron las dudas sobre sus armas para traducirlo en goles. Prueba superada también en ese sentido. Consiguió tres, rozó otro en un trallazo de Isco que se estrelló en el larguero y botó sobre la línea y tuvo otras tres o cuatro ocasiones muy claras. Es decir, la selección no se conformó con controlar el partido, sino que fue a por él. Cuando estuvo por detrás, con el marcador igualado y también después de ponerse por delante. Salvo un momento de confusión inmediatamente después del 3-2, España no especuló con el resultado. Buscó el cuarto y lo tuvo cerca en un remate desviado de Diego Costa tras una jugada "made in Spain" y en otra de Iago Aspas salvada por la defensa portuguesa. Los cambios de Fernando Hierro tampoco enviaron un mensaje conformista. Incluso el de Lucas Vázquez por Silva exploraba la debilidad rival en la banda izquierda. Si algo le faltó el viernes a la selección fue contundencia defensiva para contrarrestar el juego básico de los portugueses: balones largos a sus dos puntas. Así, sin ningún tipo de elaboración, llegaron el 2-1 y el defintivo 3-3.

El camino a seguir. Salvado el primer escollo, a la selección española no le queda otra que ir creciendo en el Mundial. Tiene claro a lo que juega y los intérpretes adecuados para llevarlo a cabo, incluyendo las variantes entre los suplentes. Ya se ha visto también que la figura de Fernando Hierro tampoco va a suponer ningún problema. Con las reservas lógicas de una competición de este nivel, que siempre depara alguna sorpresa, España sale reforzada para afrontar los partidos frente a Irán y Marruecos. Tal como está el grupo, para decidir los dos primeros puestos puede ser decisivo el golaverage. Un detalle que no resulta clave de cara a los octavos (Rusia y Uruguay son los posibles rivales), pero sí que puede retrasar o adelantar el cruce con los grandes favoritos a priori, Alemania y Brasil.