Normalmente los hitos en los Mundiales se consiguen en el campo, pero España logró entrar en la historia con la decisión de su presidente, Rubiales, de destituir a su seleccionador un día antes de comenzar la competición. Para llegar a ese punto hubo que poner en marcha el lema de Cecil B. Demille, aquel cineasta que empezaba sus películas con un terremoto para luego ir creciendo en la acción.

Porque todo arrancó con el seísmo de que el Real Madrid había fichado al seleccionador nacional, noticia puesta en escena unilateralmente por el club blanco. Algo que no cuadra mucho con el arraigado señorío de los de Concha Espina y que hace preguntarse si el director de comunicación y los asesores de imagen de la entidad no calcularon el calado del hecho y su repercusión negativa, antes del debut. Todo ello con Rubiales en Moscú, sin haberse enterado y con el señor Lopetegui impasible. El esperpento se agudiza con la nota inicial de la Federación asegurando que "la RFEF ha estado en todo momento en contacto con el Madrid y al tanto de las negociaciones". Mentira descomunal para salvar la cara de un presidente que comenzó su mandato este 18 de mayo y que se jacta de haber ahorrado casi dos millones en un viaje de cortesía a Rusia. Ahora con la destitución del desleal, el abogado Rubiales pierde los dos millones que le correspondían por la rescisión y se enfrenta a una posible deman+da por despido improcedente. La guinda, la dimisión del Ministro de Deportes por un fraude fiscal.

Hasta aquí una historia de errores en cadena, estilo Demille, ahora a esperar que los jugadores hagan sobre el campo lo que saben (el capitán Ramos ha hecho un pronunciamiento impecable) y que Hierro, mano derecha de Del Bosque en Sudáfrica, aporte sensatez. Falta hace.