Si han visto la escalofriante serie "House of Cards", nada de lo humano que rodea al mundo de la política les será ajeno y sabrán que detrás de cada promesa, de cada sonrisa en un mitin, de cada declaración y de cada caricia a un niño se puede esconder un Frank Underwood o, no sé si todavía peor, una Claire Underwood. Puede que lo más terrible de "House of Cards" no sea la absoluta inmoralidad del presidente Underwood (y de tantos otros), un hombre que fue capaz de mentir, traicionar y asesinar con tal de sentar su culo en el despacho oval de la casa Blanca, sino esos apartes que Underwood hace con los espectadores, esos momentos en los que el político se dirige exclusivamente a nosotros para que sepamos lo que de verdad piensa, siente o desea. Muchas veces, la mayoría, lo que Underwood dice en sus conversaciones es lo contrario de lo que dice en sus apartes. Conocemos a Frank Underwood no tanto por sus hechos como por las explicaciones que él mismo da de sus actos cuando nadie, salvo los espectadores, le escucha.

Por eso me gustaría que un partido de fútbol fuera como un episodio de la serie "House of Cards", porque así los jugadores podrían dirigirse a los aficionados y explicar lo que de verdad piensan, sienten o desean. Ahora que ha triunfado la repugnante moda de pasarse el partido con la mano delante de la boca para que nadie pueda enterarse de lo que Sergio Ramos le dice al árbitro o lo que Diego Costa susurra en la nuca de un defensa rival, es el momento perfecto para esos televisivos apartes entre el futbolista y el futbolero.

No nos importa lo que los futbolistas dicen cuando esconden sus palabras detrás de esas manos blandas. De verdad, nos da igual. Lo que a los futboleros nos gustaría saber es lo que piensa Ronaldo cuando una afición contraria le abuchea, lo que siente Piqué cuando es pitado en todos los campos de España, lo que desea Al Thani cuando ve al Málaga perder un partido tras otro. ¿Se imaginan que Ronaldo y Messi pudieran hacer un aparte con el público en el momento en que se saludan en, pongamos por caso, una imposible (el menos en esta temporada) final de Liga de Campeones? ¿No les gustaría que los jugadores del Betis y del Sevilla hicieran un aparte con los aficionados justo antes de un partido en el Sánchez Pizjuán? ¿No sería estupendo que un árbitro se dirigiera a nosotros "en privado" después de pitar un penalti en el último minuto de un partido Madrid-Juventus o meter la pata (o el pito) al señalar un fuera de juego que sólo existió en la mente del juez de línea o en el rabillo del ojo del Señor del Espray?

Y hablando del espray. ¿No les parecería genial poder escuchar a un árbitro reconociendo que se siente un poquito ridículo cuando traza una línea en el terreno de juego con su espray, y a los jugadores admitiendo que se sienten también un poquito ridículos manteniéndose dentro de los límites que marca ese espray?

Aunque? pensándolo bien, mejor lo dejamos estar. Frank Underwood nos mete el miedo en cuerpo cuando dice en voz alta, y sólo para nuestros oídos, lo que en verdad piensa, siente o desea. Quién sabe. A lo mejor lo que de verdad piensan Ronaldo, Messi y compañía del fútbol helaría el corazón de los futboleros. ¿Y si Messi está harto de corretear por un campo de fútbol y, en realidad, nos odia a todos? ¿Y si Oblak sólo siente desprecio por los que apreciamos sus paradas porque lo que de verdad querría hacer es dedicarse a la taxidermia? Cielo santo. ¿Y si los futbolistas no quieren jugar al fútbol, como nosotros no queremos fichar un lunes por la mañana en el trabajo? ¿Y si resulta que el fútbol no es más que un puto trabajo para los futbolistas?

Pasa de nosotros, presidente Underwood. Limítate a jugar el partido y luego, si quieres, siéntate un rato en el despacho oval.