El gol de Cristiano a la Juventus en el minuto 64 de la eliminatoria prácticamente finiquitada en la ida de Turín convendría ser declarado Patrimonio de la Humanidad. En cuanto que obra maestra del genio creativo humano, semejante testimonio de plasticidad merece un reconocimiento internacional más allá de las portadas de la prensa de todo el planeta que ayer se hicieron eco de tamaña gesta de la biomecánica. No es que haya que igualar la chilena del astro portugués a las pirámides de Egipto, Petra o las cataratas del Iguazú, pero sí al menos valorar la capacidad del orfebre para sorprender con una precisión milimétrica en la ejecución de una obra de arte. Si la volea de Zidane en la consecución de la Novena en Glasgow ante el Leverkusen se había convertido en la referencia plástica de una generación de madridistas, la afición merengue cuenta desde el martes con un nuevo baluarte de iconografía, con un póster con que empapelar paredes y altares.

No es exageración hiperbólica pedir a la Unesco que encumbre por los siglos el gol de Cristiano de más bella factura, puesto que la culminación de la jugada cumple los requisitos que exige la declaración de ese patrimonio inmaterial. A saber: aporta un testimonio único o al menos excepcional; está directa o tangiblemente asociado con eventos o tradiciones vivas; y da pie a catalogar y preservar una obra humana de significación universal. ¿Qué tienen las Fallas, el flamenco, la dieta mediterránea o el silbo gomero de que no disponga ese acto de precisión que ya es leyenda?

Cristiano Ronaldo milita en el insistencialismo: insiste, insiste e insiste hasta que lo consigue. Llevaba meses dibujando escorzos en el aire para alcanzar un tanto de tijera que se le resistía. Tanto que en algunos intentos fallidos había sufrido la burla de la grada enemiga. Aguardó sin embargo al mejor escenario en el momento más oportuno: una eliminatoria con el príncipe de Europa, en una de las catedrales del fútbol continental: la de Turín, donde fue despedido con una ovación atronadora, de sumisa rendición. Sus detractores le habían enterrado. Florentino estaba dispuesto a venderlo, pero el portugués se ha reinventado como un "9" clásico. Donde fluye la sangre, ahí aparece el depredador.

El balón le vino llovido del cielo, desde la banda que gobierna Carvajal. Se elevó de espaldas como un saltador de altura y cazó el esférico a 223 centímetros del suelo en un remate inapelable del que Buffon sólo pudo ser espectador de lujo. El veterano portero de la selección italiana podrá contar a sus nietos que hizo la estatua para presenciar en primera fila un gol para los anales de la enciclopedia futbolística.