El escritor estadounidense E. B. White decía que el humor, al igual que una rana, puede diseccionarse, pero muere en la operación. El humor? y el amor, y la pasión, y la poesía, y la música de Mozart, y la pintura de Picasso, y las películas de John Ford? Y el fútbol, claro. Podemos diseccionar el partido Espanyol-Barça como Bart Simpson disecciona una rana en clase de Biología, pero los cánticos de la grada, la lucha entre charcos de los jugadores y el gesto de Piqué pidiendo silencio al mundo después de marcar el gol del empate mueren en la operación. Seguro que los entrenadores pueden sacar sabrosas conclusiones tácticas de un partido tan intenso y mojado como el que disputaron pericos y culés en Cornellà-El Prat, del mismo modo que los psicólogos podrían montar un congreso para estudiar la conducta de Piqué, los antropólogos tendrían mucho trabajo para explicar el debate gestual que se produjo después de la falta de Gerard Moreno a (otra vez) Piqué, los sociólogos deberían abrir una nueva rama de estudio centrada en todo lo que ocurre alrededor de (en efecto) Piqué, y los historiadores harían bien entreteniéndose en buscar antecedentes de un personaje tan especial como (sí, han acertado) Piqué. Pero entrenadores, psicólogos, antropólogos, sociólogos e historiadores matarían el fútbol en general, y a Piqué en particular, si se conformaran con diseccionar un deporte complejísimo en su sencillez y un futbolista que podría ser el Alcibíades del Barça.

No hay que matar a la rana del fútbol sólo para poder diseccionarla. El Barça sufrió como nunca ante el Espanyol y, casi al final, un cabezazo del jugador más pitado salvó un punto, la condición de invicto del equipo de Valverde, la sensación de que este Barça avanza hacia el título de Liga con el piloto automático de Iniesta puesto y ese hueco psicológico que se abre entre el Barça y los demás equipos. Si diseccionamos el gesto de Piqué mandando callar a la grada o los pitos que el propio Piqué recibe en Cornellà-El Prat y en todos los campos de España cada vez que toca el balón, conseguiremos no entender nada después de comprenderlo todo. Las ranas croan en sus charcas, los aficionados croamos en los estadios y los futbolistas croan de curiosas maneras cuando marcan goles importantes. Y ya está. En los charcos de Cornellà-El Prat las ranas jugaron un bonito partido y Piqué quiso quitarse los silbidos de encima soplando sobre su dedo índice después del gol. No le demos más vueltas. Mañana, como diría el gran Manolo Preciado, volverá a salir el sol en las charcas del fútbol.