Son las siete de la mañana en Lanzarote y llega el momento que siete zamoranos - seis de ellos componentes del Alquileres Blanco Triatlón Zamora - llevan esperando más de ocho meses: comienza el Ironman más duro del mundo, la prueba que les quita el sueño desde el otoño del 2016, cuando comenzó el proceso de preparación. Por delante, un margen de 17 horas para completar 3.800 metros a nado, 180 kilómetros de bicicleta y, de postre, una maratón. Un reto extremo para el cuerpo y la mente de unos atletas que se instalaron en la isla cuatro días antes para aclimatarse a las condiciones de la zona.

La natación comienza con tensión para algunos: "Te peleas con 1.500 tíos y hay golpes y momentos muy angustiosos", explica Pablo Girón, uno de los representantes del Alquileres Blanco. Para Sergio Matilla, el mejor de los zamoranos en meta, el inicio resulta distinto: "Salí de los primeros y disfruté como un enano". Esta primera parte de la prueba concluye en menos de una hora para algunos y en un margen de media hora más para el resto.

Llega la bici y, por delante, entre seis y diez horas de esfuerzo sobre el sillín. En la memoria queda el rodillo y las horas de entrenamientos en el crudo invierno zamorano. Los planes de preparación habían incluido jornadas intensivas, de robarle horas al sueño y a la familia: "Son doce semanas finales en las que vas alternando tres de carga y una de descarga", señala Alberto Lorenzo, que paró el reloj en algo más de doce horas y media: "El sacrificio es grande".

Pero aún queda lo más complicado. La parte de la bicicleta es la que convierte al Ironman de Lanzarote en una prueba de dureza extrema dentro de la ya de por sí compleja modalidad. Además, el viento no ayuda: "Sopló diferente y nos dejamos más fuerzas de las previstas. Los últimos treinta kilómetros fueron muy fastidiados", subraya David García, en su segunda experiencia en la prueba.

Uno de los que más sufre sobre la bicicleta es Manuel Herrero: "Mi intención era sacar mi mejor versión, pero a partir del kilómetro 50 empecé a sentir mucho calor bajo el casco. Luego vomité y, aunque llegué a encontrarme mejor, en el kilómetro 150 me fui al suelo", narra el atleta zamorano, que decidió, a pesar de todo, enfundarse las zapatillas e iniciar la carrera a pie.

Y aquí hace acto de presencia otro de los factores probables: el calor. La mayor parte de los competidores empieza la prueba a pie, de 42 kilómetros, en las horas centrales del día. Los termómetros de Lanzarote marcan 28 grados y la humedad se deja notar en el ambiente. También las horas acumuladas y el desgaste.

Es entonces cuando la alimentación y la hidratación se antojan decisivas: "Tienes que llevarlo muy pautado. Yo, cada 25 minutos, me tomaba medio gel para meter hidratos de carbono en el cuerpo y, claro está, hay que beber mucha agua", remarca Alberto Lorenzo.

A los quince kilómetros de la prueba a pie, el cuerpo de Manuel Herrero dice basta: "Empecé a hiperventilar, me tomé la temperatura, vi que tenía 40 de fiebre y decidí abandonar. Prioricé la salud", reconoce el atleta, consciente de que "te puede salir un día malo".

El resto sigue en carrera. El final se acerca, pero las piernas duelen y eso también se traslada a lo psicológico: "La cabeza te pide abandonar o ponerte a caminar. Ahí tienes que pensar en otra cosa y seguir", apunta David García: "Hay que controlar el dolor, pero es complicado y a partir del kilómetro treinta ya corres como puedes", abunda Sergio Matilla.

La meta tarda, pero llega: "Piensas en todo lo que te has sacrificado. Por eso lo acabas", indica Alberto Lorenzo. "Al final es una sensación rara. Llevas mucho tiempo detrás de un objetivo y por fin lo tienes en la mano. Es extraño", añade Pablo García. Los sentimientos son diversos; el dolor es común. Después de una prueba extrema se hace difícil hasta andar y el cuerpo protesta por un castigo que lleva a algunos a perder más de cinco kilos en el trance.

Una vez superado el primer momento, el recuerdo del Ironman de Lanzarote sigue en las piernas de los atletas durante varios días más. Es el precio a pagar. Algunos afirman que "volverán seguro" y elogian la organización de una prueba que consigue que toda la isla se vuelque para hacerle la tarea más "cómoda" a los participantes. Otros no tienen tan claro si repetirán. Ahora, toca volver a la vida cotidiana: al trabajo, a la familia. Tocará esperar para volver a enfundarse el traje y el dorsal de superhéroe.