Despertarse sin un amigo es muy duro, despertarse sin tres, es insuperable, insoportable. Pasado algún tiempo el dolor se mitiga levemente. Siguiendo un proceso natural, los alojas en tu interior para que su recuerdo esté presente.

Mis recuerdos junto a Fernando son muchos de tantos años de convivencia con una afición en común que desembocó en una gran amistad.

En esta rápida selección me surgen las imágenes de la escalada por el diedro Estera, línea directa al Almanzor; solos en ese mundo vertical de roca y fino hielo, unidos por la cuerda, mientras la nieve caía suavemente en una envoltura casi espiritual.

Juntos estábamos en el Alpamayo en compañía de nuestro amigo Ricardo, allá en el Perú Andino descansando en la minúscula tienda, después de la escalada realizada por ambos de un largo muro helado, sintiéndonos felices e insignificantes en medio de aquella inmensidad.

En la norte del Monte Perdido disfrutaba de sus felinos movimientos en un terreno mixto de roca y hielo, siempre de primero, siempre dando la cara, siempre tan rebelde.

Mi actividad era moderada, muy revisada por Fernando, evitando pasajes que no se adecuaran a mi estilo y el gusto que yo tengo por la montaña.

Finalmente me quedo en Sanabria, una sencilla excursión con esquíes el pasado marzo contemplando un bello y sereno atardecer desde el Alto de la Plana, el descenso es el mejor que yo recuerdo en las ariscas nieves sanabresas, tras la imagen de Fernando.

Me quedo también con la imagen de Rubén y de Daniel, siempre juntos, entrenando en el tablón de la Agrupación Montañera; tenían un rato para conversar conmigo, una pequeña parada para volver al equilibrio en las presas.

Me ha costado escribir estas breves línea en estos días tan adversos para todos; pero tengo la obligación, por su memoria, la de Rubén, Daniel y Fernando por su imborrable recuerdo, por sus familiares y por Maite compañera de Fernando.

(*) Miembro de la Agrupación Montañera Zamorana