Cristiano se situó en las portadas, Kassai en la lupa. Uno y otro, a su manera, se hicieron con el protagonismo de un partido espléndido, jugado con brío por Madrid y Bayern, clásicos de Europa. Al margen del ruido, emerge la figura de Zidane. Uno puede imaginarse fácilmente al francés sonriendo en la sombra. Apartado del foco, con su habitual gesto neutro con el que oculta sus sensaciones. Apretando el puño como mínima concesión a la euforia. Zidane sale reforzado de la batalla táctica de un duelo en el que logró rectificar a tiempo, reinventar a su Madrid y ganarle la partida a Ancelotti. El premio son sus segundas semifinales en la competición en la que el Madrid se mueve como en el salón de su casa.

De inicio, Zidane apostó por la solución más demandada. Con Bale en el taller lo suyo era darle la alternativa a Isco. La había reclamado a gritos. Optó por mantener los tres hombres en el medio (Modric, Casemiro, Kroos) con Isco como refuerzo por delante. El asunto no funcionó de primeras y el Bayern impuso su ritmo, vertiginoso, contagiado por las galopadas de Robben y Ribery, dos puñales. Ahí llega el primer retoque. Zidane varía su medular, incrustando a Isco en el medio y haciéndose con el mando. También con las ocasiones. Había dado un vuelco al asunto, en una de esas decisiones que tanto les cuestan a los entrenadores: rectificar el plan inicial. Alabado por su poso para lidiar con los egos, a Zidane se le suelen negar sus condiciones como estratega. Ante el Bayern se ganó una medalla.

La segunda mitad ofreció un partido menos enérgico. Ahí es donde vuelve a intervenir. Arriesga en el primer cambio: su indiscutible Benzema da paso al imberbe Asensio. El cambio rejuvenece al Madrid. Aplica coherencia en el segundo: la bombona de Lucas a cambio de un Isco en reserva. Los blancos cogen cuerpo aunque el partido sigue expuesto a accidentes. Llegó después el ruido. El perdón a Casemiro. El segundo gol del Bayern en posición antirreglamentaria. La expulsión de Vidal en diferido: debió ver antes la roja, nunca en la jugada que menos la merecía. Los dos tantos madridistas en fuera de juego. El mejor eslogan a favor del VAR. Pero antes, Zidane ya había acertado.

Y repitió en la prórroga, el tiempo de la épica. No fue un sometimiento total al Bayern, ni mucho menos. El Madrid cedió metros cuando los alemanes tuvieron la pelota. El objetivo era machacar a la contra. Avanzar solo en sexta. El Bayern empezó a encontrar a Robben y con él, a estirarse. Y ahí cavó su tumba. Lo supo el Madrid que olió la sangre y atacó. Con colmillo. Zidane, en la banda y alejado del foco, cerró los puños.