¡Arrivederci papa!, con estas palabras finalizaba Alicia, hija menor de Pedro Ladoire, la lectura de una hermosa poesía dedicada a su padre, haciendo referencia a la Italia de su niñez, donde descubrió las grandes cimas en compañía de su tío Bruno, alpinista de la ciudad italiana de Trieste. Con tan solo ocho años ascendía el Monte Rosa con él.

Recordando el tiempo vivido en la montaña junto a Pedro, las jornadas de esquí en los Chanos de Anta (Sanabria), en las que primero teníamos que liberar de la nieve la cuerda del telearrastre para poder descender por las pistas de aquella precaria estación de esquí.

La figura de Pedro destacaba por su elegancia, pasando de la imagen típica del rústico montañero de jersey, bávaros, medias de lana y botorras, para vestir pantalón impecable, casi con raya al medio y camisa recién planchada. Por aquel entonces rondaría Pedro los cincuenta años trasladando una imagen que más tenía que ver con una figura clásica que un montañero al uso. Años después le acompañé en la que fue su última ascensión a Trevinca, a sus setenta y cinco años.

En mi adolescencia yo era un aficionado a la montaña que tenía mucho que aprender de gente como Ladoire; en los viajes de vuelta a Zamora, el autocar era un aula de geografía y botánica en la que nos instruía sobre la glaciación que labró el valle de Trevinca y sobre el cambio climático, que ya se nos venía encima, pues en los 70 la metereología ya no iba como antes, según comentaba.

Con su afán de explorador en una Sanabria inédita, nos sugería rutas, sin olvidar que tal zona pertenecía a una época geológica determinada y la flora que se daba en aquel paraje tenía una característica especial. Sencillamente aprendimos a ver la montaña como una mezcla de ciencia, ética y deporte.

Adelantado a su tiempo, tuvo la visión de los Arribes del Duero como una zona excepcional para la práctica del alpinismo: "Allí encontrareis el Picón de la Rueca, aguja espectacular que surge de las aguas del Duero", les contaba a los jóvenes escaladores de la época.

Seguramente este conocimiento le viniera de su descenso del Duero hasta Oporto en canoa, una gesta inédita en aquellos años -principios de los cincuenta- que hoy todavía nos parece un aventura imposible soñada por unos pioneros que tuvieron la suerte de lanzarse a descubrir nuevos horizontes, realizando aventuras increíbles.

De su actividad periodística, trasladó a la montaña su capacidad para relatar las actividades de la Agrupación Montañera Zamorana. Hoy en día se conservan sus notas periodísticas en unos impecables álbumes en la biblioteca de la AMZ que arrancan desde el año 1950.

Junto a Angel Ramos, Porfirio Nafría, Julio y Eduardo Mostajo, Amable García, Miguel Unamuno, Ricardo Carrascal, Secundino Matías, Bernardo Núñez, Francisco Escudero (Quico), Gamazo, Gonzalo Ferrero, Paco Muñoz y tantos otros amigos y compañeros llevaron a la Agrupación Montañera Zamorana a las más altas cotas de la montaña en el plano nacional e internacional, y lo que es más importante, nos supieron trasmitir unos valores a los que no renunciaremos nunca.

Estas líneas intentan ser un sentido recuerdo hacia la figura de Pedro Ladoire quien desarrolló una intensa labor en esta provincia como fundador de la Agrupación Montañera Zamorana, de la que fue presidente en varias ocasiones; presidente del "Parque Natural Lago de Sanabria" en los años ochenta y delegado provincial de Deportes de Montaña que compaginaba con su trabajo profesional de periodista en Radio Zamora y como colaborador habitual en "La Opinión-El correo de Zamora" donde publicó en 1998 en fascículos su libro "La Naturaleza en la provincia de Zamora".