Se ha puesto de moda analizar al microscopio los errores de Sergio Ramos, pero en realidad el andaluz siempre ha hecho lo mismo en un campo de fútbol: jugar al límite. Para lo bueno y lo malo, Ramos es así. En un mismo partido puede cometer una torpeza en el área propia y compensarlo con un gol en la contraria, habitualmente "in extremis". Lo que pasa es que ahora sus primeros planos han coincidido con resultados adversos para el Real Madrid y para la selección española. Mal asunto.

Es evidente que Sergio Ramos tiene una confianza exagerada en sus posibilidades. Por eso a veces arriesga más de lo debido y lo paga con una pérdida del balón, letal en su puesto, o con el derribo dentro del área de delanteros rápidos y listos como Eder, como el jueves. Aún así, el madridista sigue formando con Piqué una de las mejores parejas defensivas del mundo. Y sin discusión en el panorama español, escaso de centrales seleccionables.

Recién entrado en la treintena, Sergio Ramos sabe de sobra lo que tiene que hacer para minimizar los errores. Ya lo está intentando, a veces hasta de forma exagerada, al pegar bien sus brazos al cuerpo para evitar penaltis como el que costó el empate frente al Villarreal en el Bernabéu. Ahora deberá elegir con más cuidado los pases en el inicio del juego, que ante Italia estuvieron a punto de costarle un disgusto. Y, por supuesto, medir entradas como la que dio la vida a una Italia superada futbolísticamente en Turín por la Roja.

Al margen de eso, Ramos haría bien en medir sus palabras. En vez de reconocer el error y hacer propósito de enmienda, el jueves apareció ante los micrófonos altivo y retador, advirtiendo sobre unas críticas que a esas alturas sólo podían estar en su imaginación. Muy cerca tenía el ejemplo a seguir, el de Gianluigi Buffon, que no tenía problema en cargar con las culpas del gol español. Claro que Buffon juega con ventaja porque en el estadio de la Juventus no se oyó un reproche hacia su ídolo.

Por mucho que haya ganado, y por muy importante que haya sido su aportación, Sergio Ramos no puede caer en esa actitud tan habitual de las estrellas del fútbol: no tengo nada que demostrar. Claro que tiene. Aunque solo sea para dar ejemplo a los que vienen detrás, y por respeto a su afición, Ramos está obligado a mejorar en cada entrenamiento y en cada partido. Solo así podrá minimizar los fallos que ahora le han puesto en el disparadero.

Si no pone algo de su parte, Sergio Ramos puede seguir los pasos de Íker Casillas, convertido en sus últimos años en el Madrid y en la Roja en el muñeco del pimpampum de crítica y público. Porque aquí, a diferencia de Italia, hay un juego más practicado que el fútbol: el de levantar mitos para después hundirlos.