La segunda parte llevaba el mismo camino hasta que la afilada figura de Cristiano Ronaldo asomó por la banda. La presencia del portugués brilló tanto como la ausencia de Iniesta, cuya extrema palidez se trasladó a lo futbolístico. Sin Xavi, con Iniesta desaparecido y Messi desconectado, el Barça se quedó hasta sin el balón. También pudo influir el efecto disuasorio de Ronaldo, que no tardó en desatar las hostilidades. Valdés, que no había hecho una parada hasta entonces, se quitó de encima un cañonazo de Ronaldo en una falta lejanísima.

Con su líder a la cabeza y el Barça en estado de «shock», el Madrid dio un paso adelante. Incluso Pepe se disfrazo de Özil para meter un pase a Morata que traspasó la última línea azulgrana como el cuchillo la mantequilla. Ante su oportunidad de graduarse en un partido grande, al canterano se le encogió la bota y Valdés salvó el 2-1. O, más bien, lo retrasó. Porque el Madrid iba a tener, al fin, el premio a sus merecimientos muy a su estilo. Piqué cedió un córner innecesario y, tras el saque de Modric, no llegó a tiempo de frenar el espectacular cabezazo de Sergio Ramos.

Al Barça, de repente, le entraron las prisas, justo lo que mejor le viene al Madrid. Por eso estuvo más cerca el 3-1 que el 2-2, sobre todo en una falta en la que Cristiano decidió cambiar la dinamita por la seda. El balón, tocadito, se fue a la misma escuadra con Valdés de espectador. Después de esa acción, el Barcelona se hubiese dado con un canto en los dientes, pero en el último suspiro se topó con la jugada perfecta para tapar sus miserias: Ramos zancadilleó a Adriano y Pérez Lasa se dio mus. Iniesta y, sobre todo, Valdés enloquecieron. Los bramidos del portero ante Pérez Lasa recordaron escenas parecidas desde el otro lado, cuando el Barcelona se dedicaba a jugar y el Madrid a llorar. El cuento cambió.