El Madrid celebra y el Barcelona clama contra el árbitro. El cuento ha cambiado de tal forma que cada equipo interpreta el papel contrario al de los últimos años. Y, jugadas puntuales al margen, el clásico refuerza la sensación de un cambio de ciclo o, cuanto menos, de tendencia. La foto actual muestra un Madrid fuerte, convencido de lo que hace incluso en una versión rebajada por un «once» inicial condicionado por Old Trafford. Y un Barcelona inseguro, paralizado por un panorama inimaginable hace sólo un par de semanas. Durante muchos minutos, los dos gigantes parecieron firmar un pacto de no agresión, dando por bueno un empate que minimizaba daños. Pero con Cristiano Ronaldo no hay apaños que valgan. Con él volvió el Madrid intenso y punzante, que acabó ganando como casi siempre: con un cabezazo de Sergio Ramos en un córner.

Con el pitido final, un tropel de camisetas azulgranas se plantaron en el círculo central para descargar con Pérez Lasa toda la frustración acumulada en una semana «horríbilis» para el barcelonismo. Apenas un par de minutos antes, el árbitro vasco y su ayudante se habían tragado un penalti de Sergio Ramos a Adriano que hubiese podido maquillar en el marcador lo que no tenía defensa por el juego. Porque el Barcelona no mereció llevarse nada del Bernabéu, ese escenario donde había fraguado buena parte de su leyenda reciente. Pérez Lasa no vio el derribo, o se arrugó, y el Barcelona cayó en el mismo defecto que tanto había reprochado a su eterno rival. No supo perder.

Después de noventa y pico minutos hipotensos, como si no tuvieran sangre en las venas, a los jugadores del Barcelona se les dispararon las pulsaciones. Los últimos palos han tenido un efecto paralizante en el equipo azulgrana. En vez de dar un golpe de efecto en una situación favorable, ante un rival con el cuerpo en Madrid y la mente en Manchester, decidió contemporizar. Eso en el mejor de los casos porque, tras el 2-0 de Milán y las dos derrotas de esta semana, lo que parecía un resfriado puede derivar en una enfermedad crónica.

Desde la alineación, el Madrid consiguió relativizar lo que dictara el marcador. Pero fue precisamente el jugador-síntoma del partido, Morata, el que reclamó pronto los focos. Como si se hubiera imbuido del espíritu de Cristiano Ronaldo, el canterano abrió la lata con una internada por la banda izquierda y un centro que cazó Benzema en el área pequeña. Cinco minutos y los papeles estaban claros: fiesta blanca y sufrimiento azulgrana. Con Pepe como acompañante de Modric en el doble pivote, Essien en el lateral derecho y el nuevo tándem de moda en el centro (Varane-Sergio Ramos), el Madrid tenía un blindaje a prueba de bombas.

Pero nunca se puede decir nunca jamás con Messi en el campo. Bastó un pequeño desajuste al tirar la línea de fuera de juego, roto por Essien, para que un pase de Alves al espacio activara el instinto del argentino. A diferencia de otras veces, Leo no se anduvo con rodeos. En cuanto abrió ángulo sorprendió a Ramos y pilló a Diego López con el paso cambiado. Tan fácil que no pareció un gol del Barcelona, proclive a liar la madeja.

Con el 1-1 se paró el tiempo en el Bernabéu, que cayó en un sopor impropio de un clásico. El Barcelona se conformaba con sobar y sobar el balón en zonas de mínimo riesgo para protegerse de las contras. Y el Madrid, sin la tensión de otras veces, se quedó a verlas venir. Hasta el descanso, sólo una genialidad de Modric, que le puso el balón en la cabeza de Morata, cortó la siesta. El canterano estrelló el balón en el lateral de la red.