Si lo importante en unos Juegos Olímpicos es ganar muchas medallas, entonces Corea del Norte (cuatro medallas de oro) nos señala el camino. ¿Queremos que España quede bien en el medallero? Nada de invertir tiempo y dinero en gimnastas, atletas o nadadores. Olvidemos el baloncesto, que sólo puede aspirar a ganar una medalla de plata. ¿Tenis de mesa? ¿Bádminton? Imposible. Seamos como Corea del Norte, que gana tres medallas de oro en levantamiento de pesas y un oro en judo y ya tiene garantizada la gloria olímpica. Practiquemos el monocultivo deportivo. Concentremos todos nuestros esfuerzos en, por ejemplo, el tiro con arco o la pistola de velocidad. En ocho años, seremos los mejores del mundo, ganaremos tres o cuatro medallas de oro en unos Juegos Olímpicos y el nombre de España brillará como el sol en el medallero.

O podemos olvidar esa obsesión contable por las medallas olímpicas y disfrutar del deporte. Martha Nussbaum dice en su ensayo «Sin fines de lucro», donde explica por qué la democracia necesita de las Humanidades, que el paradigma del desarrollo basado en el PIB per cápita es un paradigma que deja de lado la distribución y puede llegar a calificar positivamente a las naciones donde se registran niveles alarmantes de desigualdad. En el caso de la educación, dice Nussbaum, ese fenómeno es muy real, puesto que los países pueden aumentar su PIB sin preocuparse demasiado por la distribución en materia educativa, siempre y cuando generen una élite competente para la tecnología y los negocios. Si lo importante es el PIB olímpico, es decir, el número de medallas conseguidas, entonces Corea del Norte es el modelo perfecto. Es fácil aumentar el PIB en el medallero si nos olvidamos de la distribución deportiva y generamos una élite competente en el levantamiento de pesas. El paradigma de desarrollo basado en el PIB per cápita es tan engañoso como el paradigma del deporte basado en el PIB en el medallero olímpico. Nada de atletismo en los colegios, a excepción de la marcha. Nada de gimnasia, a no ser que nos encontremos con un nuevo Gervasio Deferr. Competir con el atletismo estadounidense o la gimnasia china no es rentable. Es mucho más práctico generar una élite en tiro con arco.

La educación para el crecimiento económico desprecia las disciplinas artísticas y humanísticas, y la educación para el crecimiento en el medallero desprecia los diplomas olímpicos y, en especial, desprecia a los deportistas que vuelven a casa con la mochila vacía de medallas y diplomas pero llena de mejores marcas personales. Los diplomas son las Humanidades de los Juegos Olímpicos. Las mejores marcas personales son las disciplinas artísticas del deporte olímpico. Torcemos el gesto cuando vemos que Andrés Mata sólo consigue un estupendo sexto puesto en halterofilia, y consideramos que Samuel Hernanz es un fracasado por haberse quedado sin medalla en aguas bravas. Si los freudianos hablan de «Su majestad, el bebé», los olímpicos hablamos de «Su majestad, la medalla». Hoy empieza el atletismo olímpico, y estaría bien que los espectadores, los comentaristas televisivos, los periodistas deportivos y hasta los tibios que pasan de los Juegos Olímpicos pero miran de reojo el medallero fuéramos un poco menos freudianos. Hay que derrocar a su majestad, la medalla. Viva la república olímpica.

Al pedagogo suizo Johann Pestalozzi le gustaba recordar que en la escuela educamos seres humanos, no brotes de hongos. Los deportistas olímpicos también son seres humanos, no brotes de hongos educados para ganar medallas. Si de lo que se trata es de formar brotes de hongos competentes en tiro con arco (y que no se enfaden nuestros arqueros olímpicos) o levantamiento de pesas, imitemos a Corea del Norte. Pero que conste que a Kim Jong-Un no le va a hacer ninguna gracia.