Sostiene Einstein que para andar no se necesita un cerebro, sino que basta con una columna vertebral. Las exigencias de un deporte al trote deben oscilar en el mismo rango, por lo que procede relatar las confidencias que me hizo uno de los futbolistas que conforman el espinazo de la selección española, y sólo hay tres. Su mensaje era explícito y conciso. Equidistantes del absolutismo del entrenador y del régimen asambleario, los líderes de la plantilla pastorean al vestuario con sensatez y autoridad. A menudo han de manifestar su poder, «porque alguien quiere ir por libre y se le recuerda cómo funciona esto». Creo que se refería a extremos embriagados por su creatividad, siempre ocuparon la posición más desenfadada del balompié.

En efecto, la hegemonía de la columna vertebral resitúa al pacífico Del Bosque. Ahora bien, colocarse al servicio del vestuario requiere más habilidad que domesticarlo. No acabamos de creernos que Phil Jackson diera órdenes a Michael Jordan en Chicago, ni que disciplinara a Shaquille y a Kobe en Los Angeles. Y algún día conoceremos los detalles de la dictadura de Messi en el Barça.

El peligro para la selección española no radica en la jerarquía invertida, sino precisamente en su apabullante historial inmediato. El ciclo futbolístico de 365/24 -que no es un marcador deportivo- impone una presión intolerable, que debería amortiguarse con una renovación radical de la plantilla. Hablando en oro, ¿cómo puede ser campeón de Europa un equipo que ya se ha proclamado campeón del mundo?

En la cumbre falta oxígeno, una carencia gaseosa tan amenazadora para el cerebro como para la columna vertebral. La continuidad burguesa olvida que las carreras estelares aumentan en intensidad pero decrecen en latitud, una tendencia que adquiere tintes dramáticos en los perfiles de Ronaldo y Ronaldinho. La propuesta de una selección sin un solo nombre repetido no reposa en las hipotecas del envejecimiento, sino en la necesidad de alinear a jugadores sin miedo a fracasar.

La biografía de todo triunfador alcanza un punto en que el temor a fallar supera el ansia de éxito. Tiger Woods experimentó esta erosión antes de que su esposa descubriera que compartía sus afectos con buena parte de la población femenina de Estados Unidos. Otra razón para que Del Bosque eliminara a los repetidores y se presentara al frente de una escuadra a descubrir. La regeneración ofrecería una oportunidad a valores emergentes como Raúl, todavía con las botas cargadas de fútbol.

El retorno de Raúl subsanaría la tragedia irresuelta de su marginación a cargo de Luis, un apartamiento imprescindible para que la selección experimentara la apoteosis. La cadena de triunfos cursó con la eclosión de la subespecie de los madridistas antiespañoles, porque no encajaban el ostracismo de su siete. El ministro Wert lidera esta tribu disidente. A falta de forzar la renovación integral, las lesiones han contribuido a una transición pausada. La confección de un equipo nacional sin repetidores no es tan descabellada como puede sonarles a los idolatradores de las estrellas consagradas. En los partidos preliminares, España ha goleado desde el concurso oblicuo de sus campeones y con la intervención de seres anónimos a quienes había que consultar en Google antes de que saltaran al césped. Si se puede alinear descaradamente al falible Torres, el sello de los campeones se imprime a cualquier humano embutido en la camiseta roja.

La importancia nutritiva del torneo en ciernes se debe a que España sólo vive de fútbol, el alimento perfecto. Allende el césped, se tienden las trincheras donde el «Financial Times» y el «Wall Street Journal» disparan a bocajarro sobre las cuentas hispanas. La final de la Copa del Rey desnudó a un país tan dislocado que tiene que confiar en que los futbolistas acallen la histeria de los políticos. El miembro de la columna vertebral de la selección me confió que ganaron el Mundial gracias a que se negaron a reaccionar ante las provocaciones incesantes de los holandeses. «Cuesta frenarse y no soltar un codazo», me relataba, mientras su brazo esbozaba el gesto de ataque. Es decir, la clave del éxito español radica en una flema que no altera ni el «hooliganismo» colérico de Aguirre, Esperanza.

A priori, la selección de Del Bosque comparte la supremacía deportiva que Real Madrid y Barça despliegan en la Europa de los clubes y en la Liga. España trenza un juego de innegable matriz barcelonista, pero con la pegada salvaje del mourinhismo. Es probable que contenga varios equipos con aspiraciones al título y quizá debió elegir uno a estrenar. El mayor riesgo de la selección es la gloria rutinaria, la constatación de que ya hemos estado ahí.