Noche en Singapur. En Ferrari todavía no han celebrado la victoria de Alonso. Con los garajes en descomposición, recogida de urgencia camino de Japón, la tropa vestida de rojo se abre paso frente al box. Los muchachos levantan el trofeo, aúllan. Felipe Massa participa en la foto al equipo. Sonríe. En el centro, Fernando Alonso con Stefano Domenicali. Al jefe del equipo no le han dejado irse. Tenía un vuelo justo después de la carrera pero se queda a la fiesta.

Un rato antes, en el podio, Alonso comprobaba que había hecho algo grande, más allá de colarse de nuevo en la lucha por el campeonato. Singapur se ha abierto un hueco en el Mundial con sólo tres ediciones. Alonso ha ganado dos y el nombre del vencedor quedará ligado a la calidad del piloto. La pista exige manos y ofrece espectáculo, el cóctel perfecto. «Esto es el Mónaco de Asia», dice el jefe de protocolo de las carreras. Lleva años en el negocio y conoce qué es lo que funciona.

Una hora más tarde, ya de madrugada, Alonso sale del circuito. Por una vez estará en una fiesta nocturna. El plan es retirarse pronto, apenas saludar a los jefes de la marca, un brindis, agradecer el apoyo y a la cama. Hasta en eso se nota que está más que adaptado a su nueva firma. Ni loco habría acudido a una fiesta que organizase McLaren con Ron Dennis a la cabeza.

Cerca de las cuatro de la madrugada la música aún atruena en el circuito con Mariah Carey como estrella. Que siga la fiesta.