Hay un detalle de Singapur que refleja lo que es Fernando Alonso en la Fórmula 1. Discutido por sus declaraciones, cuestionado por su imán para las polémicas, ayer nadie pudo rebatir su victoria. Que el asturiano dinamitó el Mundial se reflejaba en el rostro de los pilotos de Red Bull que le acompañaron en el podio. Hablaba en rueda de prensa junto a Vettel y Webber, que todavía manda en el campeonato, pero el líder parecía el de Ferrari. El australiano siente en el cogote los empujones del español, empeñado en llevar a la Scuderia el título en su primera temporada con ellos algo que, por cierto, sólo han logrado Schekter y Raikkonen en la era moderna. El dato es que hacía seis años que nadie ganaba como lo hizo ayer el asturiano: Pole, victoria, vuelta rápida y líder de principio a fin. El último «Chelem» que se vio en un circuito, cómo no, fue el de Michael Schumacher en el Gran Premio de Hungría de 2004...

Por eso cuestionar al Fernando Alonso piloto parece cada vez más una pérdida de tiempo. Son sólo tres años de carreras en Singapur y ya se ha acostumbrado a pagar sobrepeso en el aeropuerto. Siempre se ha llevado trofeo de la ciudad estado donde arrojar una colilla al suelo se castiga con 300 euros de multa. Ganó en 2008 (polémicas de Piquet aparte), se subió al podio en 2009 y volvió a vencer ayer.

Esta vez pudo celebrarlo como es debido. No lo hizo en Alemania porque sabía la que le esperaba después de la rabieta de Massa. Y tampoco en Italia, quizá para no herir más a su compañero, que bastante tiene con el baño que le está dando en la pista. Pero a la tercera no se cortó. Sacó los puños del monoplaza, lanzó a volar los pajaritos y luego, ya sobre el morro del coche, se desinhibió como en las mejores ocasiones. En el podio le pegó un trago largo al champán y puso perdido a Aldo Costa, que subió al por el trofeo del equipo como director técnico de Ferrari. La ocasión lo merecía porque la carrera había sido agotadora, para supervivientes, como bien había adelantado el asturiano tras conseguir la pole el día anterior.

La última vuelta fue agónica, como si alguien hubiese alargado la pista. Vettel venía encima del español y, aunque es verdad que no metía el coche en busca del adelantamiento, las probabilidades de error se multiplicaban. En ese giro eterno el asturiano se encontró con un enjambre de doblados, con un bosque de banderas amarillas y hasta con el incendio del coche de Kovalainen. Una gymkana con Vettel subido a la chepa y el premio de una bandera a cuadros al final de todas las pruebas.

Singapur se ha ganado a pulso ser una cita para no perderse. La de ayer fue otra carrera dramática, disputada con los nervios a flor de piel, con el corazón saliéndose del pecho. Llegaban cinco tipos jugándose el Mundial, perfecto para que la tensión se multiplicase. Y además, por la noche, con todo el encanto de un lugar concebido para el lujo y los excesos. La horma para el zapato de la Fórmula 1. Aparecieron dos coches de seguridad que pudieron reventar la carrera. El primero, al poco de la salida, sólo tres vueltas después de la férrea defensa de Alonso de su pole frente al descaro de Vettel. Le cerró el paso, buscó la trazada y se dedicó a mirar por el retrovisor los follones que se montaban.

Webber aprovechó la salida del coche de seguridad para realizar su cambio de neumáticos. Planteó toda la carrera con el compuesto duro y gracias a ello ganó la posición a Hamilton y Button. El australiano fue una amenaza para Alonso hasta la vuelta 17, cuando su desventaja aún le permitía soñar con el liderato si los primeros pasaban por el garaje. Al final entró de milagro en meta, con las gomas destrozadas.

Vettel aplicó a Alonso el marcaje del mejor defensa central. En Ferrari no se anduvieron con experimentos y calcaron la estrategia de Red Bull. Los dos coches se fueron al tiempo al garaje. Cambio de neumáticos limpio y otra vez ambos a la pista sin cambios de posición. El alemán no le tosía a Alonso y sólo esperaba a un error del español.

Al rato llegó el drama de Hamilton. Webber ya empezaba a sufrir con sus neumáticos y el inglés quiso ir a por él. Llegó a superarle pero el australiano jugó al límite, metió el coche en el interior de la curva y llegó el contacto. Resultado: segundo cero consecutivo para el inglés, que sólo ha sumado 25 puntos en la cuatro últimas carreras por los 68 del asturiano.

El segundo coche de seguridad metió al australiano en la pelea. De golpe fulminó 30 segundos de desventaja. No le sirvió de nada porque sus ruedas no estaban para fiestas. El drama siguió entre Vettel y Alonso, con el alemán esperando un error que no llegó en el circuito del huy, huy, huy, de los coches lamiendo muros, curvas afiladas y pianos traicioneros.

No era el día para que Alonso fallase. No podía, no se lo perdonaría jamás. Así que apretó los dientes, se concentró como nunca y consumió las últimas vueltas firme hasta el banderazo. Victoria de estrella.