Jorge Egocheaga siempre ha sido alérgico a la vertiente folclórica del montañismo, pero en el K2 hizo punto y aparte. Tras superar un reto personal, al coronar la segunda cumbre más alta del mundo (8.611 metro) y una de las más peligrosas, el escalador asturiano se plantea no volver a un «ochomil». Le quedan cuatro de los catorce, pero no tiene ningún interés en convertir su carrera deportiva en una colección de montañas, por muy mediáticas que sean. Sobre todo cuando se llenan de «chuparruedas» que esperan hasta que les abran camino.

La experiencia de 2008, cuando se quedó a 600 metros de la cumbre del K2, resultó fundamental para el reciente éxito de Jorge Egocheaga. «El año pasado subí al Gasherbrum II antes de ir al K2 y me di cuenta de que, después de un «ochomil», se hace demasiado duro», explica el ovetense, que varió el plan: «Como no quería ir sin aclimatación previa, en primavera estuve en el Kanchenjunga, volví a Asturias y diez días después regresé. De esa forma afronté el K2 más descansado y aclimatado, muy fuerte».

Con Egocheaga estuvo su compañero habitual de las últimas expediciones, el zamorano Martín Ramos, que tuvieron que hacer todo el trabajo sucio. «Pusimos todas las cuerdas desde el campo base hasta el campo III, a 7.500 metros. Bajamos a descansar y, después de pasar una noche en el campo II, el 18 de julio planteamos el ataque desde el campo III». Solo, ya que Martín Ramos no se encontraba con fuerzas para seguir, Jorge Egocheaga emprendía una ascensión de las suyas, contra el reloj, consciente de que tenía que aprovechar la ventana de buen tiempo.

Y lo consiguió en un tiempo récord. Salió del campo III a las 9.30 de la noche del 18 de julio y a las 7.44 de la mañana hacía cumbre. Según el GPS le faltaban 14 metros, pero era imposible dar un paso más porque la cima era un espejo de hielo sobre la nieve. La rapidez del intento le permitió un descenso sin sobresaltos, el momento más peligroso del K2, como atestiguan las estadísticas de accidentes mortales en esta montaña. Tuvo que rapelar para dejar atrás la zona más peligrosa, el llamado «cuello de botella» y a las 11.30 de la mañana se reencontraba con Martín Ramos en el campo III.

Una vez cumplido su objetivo, Jorge Egocheaga se quedó para servir de apoyo a su compañero, que unos días después hizo un intento, frustrado por el empeoramiento de la climatología. «Subí con él hasta el campo IV, a 8.000 metros, pero no pudimos seguir. Hacía mucho viento y había nevado bastante, la nieve nos llegaba por la cadera». No hubo más opciones porque la experiencia también dice que según se acerca el final de julio el K2 se convierte en ingobernable: «Las fechas ideales para subir son entre el 15 y el 25. A principios de agosto sube la temperatura y aumenta mucho el riesgo de avalanchas y desprendimientos».

Como hace cada año en sus expediciones a la cordillera del Himalaya, Jorge Egocheaga retrasó hasta el pasado lunes su vuelta a España para mostrar su cara más solidaria. Se quedó unos días a ejercer su profesión de médico en unos pueblos cercanos a la ciudad pakistaní de Skardu. «Me dejan una casa para pasar consulta y atiendo a la gente hasta que se me acaba el barril de medicamentos».

A Egocheaga le reconfortan tanto esos momentos como los que pasa en la montaña. O más, tal como se está poniendo el panorama. Quizá por eso, el escalador y médico ovetense anuncia que su relación con los «ochomiles» se puede quedar en diez. De los cuatro que le restan sólo le llama la atención el Lhotse (8.516 metros). No tiene interés por el Makalu (8.463) y el Kanchenjunga (8.556) y menos aún por el Annapurna, sobre todo desde que se quedó allí su «hermano» Iñaki Ochoa de Olza.