Entrevista

Antonio Soler: "Es un lastre enorme no dar por buena la Transición"

En 'El sueño del caimán', su último libro, restalla como un dolor la herencia fatal que los perdedores de la Guerra Civil recibieron de los duelos de la contienda.

El escritor Antonio Soler, fotografiado en Málaga.

El escritor Antonio Soler, fotografiado en Málaga. / GREGORIO MARRERO

Juan Cruz

Juan Cruz

Antonio Soler es pausado, seguro, como su literatura. Fue atleta, de ahí viene su pasión por el ritmo, por esa especie de sintaxis que ha hecho de su músculo literario una música precisa, insobornable, que no se anda por las veredas de la especulación o el espectáculo. Libros suyos han sido llevados al cine ('El camino de los ingleses', que dirigió su paisano, y amigo, Antonio Banderas) seguramente porque su escritura, que es como de riscos perfectos, no se detiene en circunloquios sino que se basa en imágenes, como su imprescindible 'Sacramento' (como casi todos sus libros más recientes, publicado en Galaxia Gutenberg), en el que un sacerdote de la posguerra, un tipo real, malagueño como él, muy influyente en la feligresía femenina, hizo del confesionario y el púlpito escenario de sus orgías sexuales.

Son imágenes y hechos cuya combinación es una literatura exigente, cortada como a cuchillo, a la que ahora se añade un libro que salió hace años pero que apenas tuvo distribución. Se trata de 'El sueño del caimán', en el que restalla como un dolor la herencia fatal que los perdedores de la Guerra Civil recibieron de los duelos de la contienda.

Esta conversación la mantuvimos en Málaga, donde nació en 1956, y aquí está tal como fue pues, como en los libros, y como en la vida real, de lo que dice Antonio Soler no sobra nada.

Al final de este libro hay una frase que dice: “Escribo todas las palabras que puede dejar tras de sí un hombre.” Supongo que no es sólo el personaje quien dice eso, sino también el escritor.

Sí. Es una especie de mixtura entre lo personal y el personaje. Cuando escribí esta novela tenía 49 años y me imaginaba a un individuo al que le habían ido las cosas bastante mal y tenía unos 20 años más que yo. Ahora que estoy más cerca de esa edad, veo que a lo mejor me precipité en el estado anímico, pero en ese momento quería que su vida fuera una especie de páramo. Aunque el libro no es muy extenso, ni sus palabras un gran torrente, quería cerrar así el balance de una vida. En ese sentido, mi estilo sufrió una especie de contracción, se desprendió de muchos adornos e intenté ir más al núcleo de la historia.

P. ¿Eso tiene que ver con la manera de afrontar su propia vida, Antonio?

R. Sí. Porque tengo personajes que comparten mi propia mirada del mundo. Sin duda. Quizá este personaje del que hablamos no tanto, pero otros sí. El niño protagonista de 'Una historia violenta', que no se siente en armonía con lo que ve, que no sabe cuál es su papel en esta obra de teatro que es la vida, es mi mirada. Esa mirada de desconcierto es la que yo tenía cuando era niño. En novelas posteriores también hay algún personaje que tiene que ver conmigo. No necesariamente el protagonista. En Sur, por ejemplo, un secundario tiene que ver mucho con mi etapa de juventud. Es un hombre que se va acercando a la escritura, no sólo como medio de vida sino como algo vital. La literatura me ha servido para armonizarme con la sociedad, con el mundo. Por tanto, ha sido un elemento vital. Es el conocimiento de mí mismo y el conocimiento de los demás.

P. La escritura siempre ha sido un elemento de enorme exigencia para usted. ¿Por qué escribe con esa profundidad?

R. Es una exigencia. Lo fundamental de la literatura no es el qué sino el cómo. Yo siempre pongo un ejemplo: dos personas se enamoran, pero sus familias están enfrentadas y los obligan a separarse. Esto puede ser un culebrón venezolano o puede ser 'Romeo y Julieta'. Lo fundamental es cómo se va a contar eso y qué va a revelarse de los seres humanos ahí. Yo nací a finales del 56 en Málaga, que había sido muy represaliada, dentro de una familia republicana, mi padre estuvo en la guerra. Esto era lo que me contaba mi abuela en mi infancia y yo no sé si eso contribuyó a la extrañeza con el medio que me rodeaba. En los años 60 había que aceptar al régimen, recuerdo el referéndum sobre el apoyo a Franco y un vecino diciéndole a mi padre: ¡pero cómo vas a votar no! Recuerdo también que mi padre pegaba los sellos de Franco en los sobres con un puñetazo, para darle. A mí nadie me decía nada, pero un cura iba a mi casa y preguntaba por qué no íbamos a la iglesia. Mi familia era laica y… todo eso conformó un deseo de averiguar, de saber de dónde provenía el desarraigo familiar en el entorno. Pienso que mi desarraigo era doble: el natural, de niño que no comprendía muchas cosas de los adultos, y el social también, porque mi familia estaba un poco desconectada de lo que nos rodeaba.

P. Todos sus libros tienen que ver con esa época. ¿Hasta qué punto son su autobiografía?

R. Es cierto que, después de los primeros titubeos por encontrar mi espacio narrativo, empecé a tomar conciencia de que yo era el notario de mi familia. El que iba a dejar constancia de una serie de personas que no habían dejado noticia de lo que fueron e hicieron, como yo pensaba que merecían. En una ocasión me dijeron: qué bien conoces a los débiles. Y yo contesté: es que soy uno de ellos.

Me dijeron: "qué bien conoces a los débiles". Es que soy uno de ellos

P. Eso se puede verificar en muchos de sus libros. Ahí está la España, digamos, difícil. Y usted es el habitante que mira. ¿Cuáles son los libros que explican de manera más fiel de contar lo que ha pasado?

R. Remitiéndome al pasado, o a un mundo anterior a mí, quizá 'El nombre que ahora digo'. Porque transcurre durante la Guerra Civil tal y como la vivieron mis padres y mis abuelos. Ahí está mucho de lo que me contó mi abuela. Episodios dramáticos y aventuras. Persecuciones, fusilamientos… todo eso. Y luego está Sur, por lo que tiene de algún personaje muy cercano a mí y al mundo que he ido atravesando. A veces, hablando con amigos burgueses, me da la sensación de que tienen un conocimiento fallido. Porque hablan de otro mundo, que yo he conocido, como turistas o personas que han visto documentales pero que no tienen un conocimiento real.

P. En sus libros también hay una ambición estética, pienso en 'Apóstoles y asesinos'. ¿A qué se obligó en ese libro en particular?

R. Fue un acto de exigencia y de disciplina y me obligué, fundamentalmente, a no inventar nada. Claro, si no inventas nada parece que estás escribiendo un libro de Historia. Por eso la dificultad de mantener el pulso de un novelista. Entonces utilicé descripciones de personajes y de ambientes, metáforas… pero sin inventar. O por lo menos considero que eso fue lo que traté de hacer.

P. ¿Qué consecuencias tiene para usted lo que se exige al escribir?

R. Yo me exijo dar el máximo en cada momento, no dar por bueno algo que me parece endeble. Yo fui atleta de competición y, siempre que salía a correr, sabía que no iba a romper el récord del mundo. Pero corría como si lo fuese a romper. Y ese es el mismo intento que me lleva a escribir. Siempre dar lo máximo y corregir lo que hago y no dar por bueno algo que ha salido fácil, sino volver a revisarlo. Un amigo editor me dijo que una chica que quería ser editora le estuvo haciendo preguntas sobre el oficio y él le dijo que había diferentes tipos de autores: están los que les puedes tocar cosas del texto y los que, si les tocas algo, se cae todo. Y al decir esto, le contó sobre mis libros. Pues… sí: es lo yo que intento.

P. Bueno, ahora también hay editores que parece que no le prestan mucha atención al libro.

R. Sí, es verdad. Hay casos en los que se nota. El nivel de inmediatez en el que vivimos tiene esas cosas. Y, además, parece que hay una gran confusión en el panorama literario.

P. En fin, 'El sueño del caimán' ha vuelto. El tono de esa novela está en muchos de sus libros. ¿Ha sido a propósito?

R. Antes de empezar a escribir cualquier novela pienso mucho en cuál sería la estructura más adecuada para contar esa historia. Con El sueño del caimán me parecía que la indagación máxima era desde el interior del personaje, sobre el hartazgo de un país cansado de no dar por finalizada la guerra. En 2005, cuando lo escribí, parecía que eso ya era cuestión de personas mayores que habían vivido la guerra o que eran hijos muy cercanos de la guerra. Lo curioso es que, 17 años después, todo eso está muy vivo por la utilización política de un hecho histórico como es la Guerra Civil. Ahí es donde creo que hay un gran error político. Eso de no dar por cerrado el conflicto está avivado por sectores que ojalá desparezcan pronto, pero de momento… parece que no.

P. ¿Qué supone eso para este país en la actualidad? Ese recuerdo avieso de ganadores y perdedores, de buenos y malos.

R. A mí me parece un lastre enorme porque no dar por buena la Transición, que obviamente no fue perfecta, pero sí muy útil, nos perjudica mucho como sociedad. No cerrar un hecho histórico como la Guerra Civil, también. Porque no hacerlo implicaría que hoy le estuviéramos pidiendo cuentas todavía a Francia por la invasión napoleónica o a Italia por la invasión romana. Hay muchos países que ponen como ejemplo a la Transición española. ¿Por qué no nos damos cuenta de eso?

Ahora hay una gran confusión en el panorama literario

P. En este libro también indaga en la parte sombría que le quedó a este país después de una guerra. ¿Cómo nació la novela?

R. Pues fue curioso porque, en 2004, me invitaron a dar una serie de conferencias en la Universidad de Toronto y una mañana entré en el despacho de una profesora y vi un sobre en su escritorio, con el remite hacia arriba. Ponía Batallón Mackenzie-Papineau, de las brigadas internacionales. La profesora se dio cuenta de que yo miraba el sobre y me dijo que iba a haber un homenaje a los brigadistas. Le pregunté que cuándo y me dijo que poco después de que yo volviera a España, pero que si quería ella me presentaba a un brigadista para que lo conociera. Estuve hablando con un antiguo brigadista y ahí empecé a pensar en la novela. Ese fue el origen.

P. Hablar de gente como ese brigadista es una manera de describir a este país.

R. Sí, yo creo que esa es una de las funciones de la literatura. De hecho, recuerdo que un lector me preguntó si un personaje estaba inspirado en Jorge Semprún, pero… al escribir yo no pensé en nombre y apellidos concretos.

P. Uno de los personajes de este libro evoca una linterna para alumbrar la oscuridad de lo que está contando.

R. Sí. Pero es una postura bastante cínica, porque también cuenta que cuando estaban en el campo y, por la noche, daban la linterna y encontraban pájaros dormidos, uno disparaba para matarlos. Y eso también era lo que se hacía entonces con la gente, ¿no? Eso sí, él dice: yo no disparo, yo sólo enciendo la linterna. Por eso digo que es una postura cínica. Es una forma de lavarse las manos. Pero es tan responsable el que enciende la linterna como el que dispara.

P. Otro dice: “Antes de que yo viniera al mundo todo era mejor.” Esa parece una frase de Antonio Soler, ¿no?

R. Sí, jajajaja. Sí, claro. Eso forma parte mi historia personal. Es algo que yo he pensado: cuando yo nací en mi familia hubo cierto declive, o por lo menos el mundo idílico de mi familia pareció romperse un poco después de que yo llegara.

P. ¿Cuánto de usted hay en los libros que escribe?

R. El cien por cien. Incluso los personajes con los que no comulgo tiene una mirada que es la mía. Eso sí, yo intento que no haya un juicio o una condena, intento que haya una compasión cervantina con todos. Al final, escribes de lo ajeno pero desde tu propia subjetividad. 

P. Al final de este libro hay una resurrección de la primavera. ¿Es realmente así?

R. Sí. Yo creo que el final del periodo oscuro de la dictadura, con la llegada de la democracia y luego con el desencanto y más tarde con la normalización de los problemas lógicos de una democracia, había lugar para cierta esperanza. Luego hemos visto que hay elementos extremos que ahondan en el enfrentamiento, pero salvo eso, socialmente podemos estar medianamente satisfechos.

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Antonio Soler

Galaxia Gutenberg

184 páginas

19 euros