Una de las actividades más entretenidas e inanes a las que se enfrenta un periodista cultural a principios de octubre es intentar adivinar quién será el próximo Premio Nobel de Literatura. Es sabido que el resultado se resolverá este jueves cuando el secretario de la Academia Mats Malm revele el nombre a las 13,00 horas. ¿Será un autor o autora de reconocida y famosa solvencia? O bien ¿volverá a sorprender la Academia Sueca con un nombre –ocurrió el año pasado con Abdulrazak Gurnah- que necesitaba de antemano mucha presentación, porque era muy poco lo que se sabía del zanzibarí, apenas publicado entonces en España.

Una tradición que con los años se ha demostrado muy poco fiable es acudir a las casas de apuestas, donde los autores compiten como caballos de carreras. En los años en los que la corrupción rampaba en la Academia, se detectaron filtraciones de apostadores con acceso fraudento a las, en principio, secretísimas negociaciones del premio que solo se hace públicas pasados 50 años. Pero el descubrimiento de estas irregularidades ha blindado mucho más el nombre del ganador desde la renovadora edición de 2019. La lista de posibles ganadores, que en los últimos años recoge la casa de apuestas Nicer Odds, habla más de los deseos de los lectores que de los designios suecos.

La extraordinaria Annie Ernaux

Este año, el eterno candidato Hiroshi Murakami, que años anteriores ocupaba los primeros puestos en las apuestas, ha descendido a décimo lugar, como confirmando las pocas esperanzas de un galardón para él. En lugar del japonés se sitúa en esta edición Michel Houellebecq, un perfecto ejemplo de autor literario –aunque buena parte de la crítica le haya negado sistemáticamente el pan y la sal- y a la vez escritor de éxito. Le siguen la autora francesa Annie Ernaux, cultivadora de una extraordinaria prosa confesional y sin concesiones para sí misma (todo un fenómeno editorial en España) y la poeta norteamericana Anne Carson, por quien todo el mundo apostaba en el 2020 hasta que la canadiense y mucho menos popular Louise Glück se lo 'arrebató'.

Un Nobel a Salman Rushdie es una de las posibilidades que más fuerza está adquiriendo en las redes, aunque solo sea por su valor simbólico; sin que la excelente literatura que practica vaya a desmerecer el galardón. Premiar a Rushdie, que el pasado 12 de agosto sufrió un atentado en cumplimiento de la fetua dictada 30 años antes y que lo puso al borde de la muerte, supondría uno de esos dictámenes cargados de contenido político y de repulsa al fundamentalismo islámico. El problema es que le supondría estar de nuevo bajo el foco a un autor, que ha desaparecido de la vida pública desde entonces.

La dirección rusa

Parecida intención podría encerrar si el Nobel decide finalmente mandar un mensaje a Vladimir Putin, en una intención no muy alejada a lo que supuso galardonar a Borís Pásternak, el autor de ‘Doctor Zhivago’ o a Alexander Solkhenitsyn en plena Guerra Fría. Fijarse en la rusa Liudmila Ulítskaya, que recientemente ha recibido el Formentor, iría en esa dirección, pero por muy opuesta que se haya mostrado la autora rusa a las directrices del Kremlin, quizá sería mejor optar por un autor ucraniano. Podría ser el caso de Andréi Kurkov o del excepcional Yuri Andrujóvich. Ninguno de los dos figura en las listas de las apuestas.

Quién sí lo hace y cierra la relación es el checo naturalizado francés Milan Kundera, que a sus 93 años es una de las grandes voces de la literatura europea, elección que podría ser tan indiscutible como lo fue en su momento la de Peter Handke en el 2019. Todas estas bolas está en el bombo y es posible que el Nobel de Literatura 2022 no sea ninguna de ellas.